Logotipo

Portada Suecia América Latina Mundo Multimedia
 
 
Tomas Tranströmer
El poeta sueco laureado con el Premio Nobel de Literatura 2011, Tomas Tranströmer, junto a su esposa, Monica, y al poeta colombiano Juan Manuel Roca. Foto: Víctor Rojas.
 

31 de marzo 2015 | CULTURA - LITERATURA |

La revelación del misterio

Sucede que en mi oficio de inspector de libertad vigilada, tengo que viajar algunas veces a la cárcel de Roxtuna, a preparar la salida condicional de algún ladronzuelo o bravucón que le ha quitado la vida a otro. Tan pronto como me acerco a la sombría puerta de la prisión, no puedo dejar de pensar en el poeta Tomas Tranströmer. ¿Sentiría él esa misma sensación de frialdad que siento yo al arribar a dicho centro carcelario? Pregunto esto porque en aquella cárcel Tranströmer trabajó durante un tiempo como psicólogo de reclusos.

 

Por: Víctor Rojas

 

Pero narremos, a cortos trazos, la vida del poeta. Todo empezó cuando un periodista llamado Gösta sedujo a una maestra de escuela de nombre Helmy. De esa relación, que resultó tormentosa, nació el vate de marras, el 15 de abril de 1931. Era día de primavera en Estocolmo, de sol tibio y brisas frías. A los pocos años de haber nacido Tomas, su padre abandonó la casa. Esta separación le ocasionó al chiquillo un “momento de pánico”, una huella indeleble, ya que por esos tiempos el no tener padre era visto con ojos maliciosos, como se ven los bichos raros.

En la escuela primaria, después de leer el libro que narra el viaje de Nils Holgersson sobre el espinazo de un ganso salvaje, aprendió a ver el mundo con la perspectiva de un ave en vuelo. Por esa misma época los misterios de la naturaleza empiezan a fascinarlo. La investigación del mundo interior y exterior tanto de cosas animadas como inanimadas se convierte en su principal interés. A la edad de 15 años, después de salir de matinée, sufre un ataque de calambres y una gran depresión se apodera de él. Ante estos sucesos no hizo falta quien afirmara que el joven Tranströmer había ido hasta el mundo de la locura. De allí había regresado gracias a la música, la cual utilizó para “espantar los diablos”. El piano que antes lo tocaba por pasar el tiempo, lo tomó como el asunto más serio de la vida. Es saludable agregar que la música, como tema, es recurrente en su obra poética.

El primero que divulga sus poemas es el periódico del colegio donde estudia bachillerato. Los versos allí publicados levantaron, sin embargo, la ira del profesor de latín quien además de no entenderlos consideró al poeta en ciernes de irrespetuoso a la memoria del aeda Horacio. A pesar de ello un día el rígido educador tuvo que hacer reverencia al paso del alumno quien para aclarar dudas compuso poemas, como los de Horacio, con métrica sápfica. A la edad de 23 años debuta Tranströmer con el poemario 17 poemas. Entonces los amantes de la poesía y los críticos literarios le dieron la bienvenida a un poeta en grande, talentoso. Dos años más tarde habría de graduarse de psicólogo. Y vendría el trabajo en la Universidad de Estocolmo, después en la cárcel de Roxtuna y por último en el Departamento de Mercado Laboral en la ciudad de Västerås.

A la edad de 35 años el Estado sueco le otorga un salario vitalicio para que así pueda dedicarse sólo a escribir. Sin embargo, la obra de Tranströmer no es colosal en volumen. Durante cuarenta años ha escrito una palabra por día. Pero uno solo de sus poemas puede abarcar 200 páginas. O en contraste, las tres líneas de métrica 5-7-5 que caracteriza al haiku. Ya que Tranströmer es en Suecia el maestro de este tipo de poesía de origen japonés.

El 28 de noviembre de 1990 sufrió una apoplejía que lo condenó a ser un poeta sin lenguaje oral. También le paralizó la parte derecha del cuerpo. Hoy en día a menudo se le ve sentado al piano, tocando con la mano izquierda. Tuve oportunidad de escucharlo tocando el instrumento de teclado en una de las postreras jornadas del festival internacional de poesía comandado por Lasse Söderberg en la porteña ciudad de Malmö. Para la colección de mi egoloteca, Tomas Tranströmer, Monica, su mujer, el poeta colombiano Juan Manuel Roca y yo compartimos durante esos días el mismo techo. Un sencillo, céntrico y agradable hotel que puede darse el gusto de haber tenido como desconocidos huéspedes, con descuento especial, por lo menos cinco premios Nobel de literatura. En dicho hospedaje malmoense durmieron, cuando se aproximaban a las glorias súblimes, el irlandés Seamus Heaney, el mejicano Octavio Paz, el polaco Czeslaw Milosz,  el caribeño Derek Walcott y el nigeriano Wole Soyinka. Lamentablemente no estoy seguro de que también haya retozado en ese mismo lugar Wisława Szymborska, quien veía con la perspectiva de lo eterno, tanto las cosas grandes como pequeñas. Pero sí sé a ciencia cierta que antes de recibir el Premio Nobel, esta hacedora de versos, también polaca, participó en las exitosas jornadas de poesía del amigo Lasse Söderberg.

 

Pues bien, para los días que vendrán a los recuerdos, una mañana en que Juan Manuel Roca y yo nos disponíamos a abandonar el pequeño hotel con miras a no llegar tarde al sitio de lectura de poesía, encontramos en el umbral de la puerta de salida a la pareja Tranströmer. Se les veía que también querían llegar temprano. Monica tenía un poco de dificultad para superar un pequeño escaño con la silla de ruedas del maestro. Entonces nos apresuramos a ayudarle, rompiendo los códigos culturales que establecen que en Suecia cada ser humano debe valerse por sí mismo en sus quehaceres. Sobre todo las mujeres. Como sea, ya en la calle les tomé una foto a los tres. Transcurría un bello día y como es costumbre en los días abiertos, la gente andaba con abrigos pero sin tanto ropaje y con un sartal de sonrisas a cuestas.

Un par de días después de que la Academia Sueca anunció que el premio Nobel se le concedía a Tomas Tranströmer, gracias a dicho retrato mi nombre circuló en la primera página de El Tiempo, periódico de mayor circulación en Colombia. Para gloria nacional era yo un avezado bogotano que había traducido y dado a conocer al flamante premio Nobel. Casi treinta años atrás por primera vez mi nombre había aparecido, junto al de una quincena de amigos, en la primera página del mismo periódico, como un peligroso fugitivo de las mazmorras militares. Los generales sin más ni menos nos acusaban de intento de sospecha. A pesar del paso del tiempo, alguna mano negra continúa con la macabra tarea de los militares, saboteando los eventos literarios a los cuales soy invitado a participar, en especial en la ciudad de Medellín. Pero regresemos al campo del cual nos salimos por obedecer al ego. Lamentablemente el poeta Lasse Söderberg, amigo de infancia y picardías de Tomas Tranströmer, decidió darle sepultura al festival de poesía de Malmö, cuando éste llegó a su versión 20, no sin antes declarar que la poesía vivirá mientras la humanidad viva.

Se puede decir con plena seguridad que no hay premio literario en los países nórdicos que Tomas Tranströmer no haya recibido. Las justificaciones a sus laureles coinciden en señalar que la poesía tranströmeriana es un análisis constante del enigma de la identidad individual de cara al laberinto de la diversidad del mundo. Y la motivación de la Academia Sueca al concederle el premio Nobel reza que “por ofrecernos, en imágenes densas y diáfanas, una nueva vía de acceso a lo real”.

Como sea, con este magno homenaje a Tomas Tranströmer la Academia Sueca se ha quitado una montaña de incertidumbres de encima. Con dicho premio desendemoniaron para siempre la suerte aciaga del poeta trotamundos Harry Martinsson, el último sueco que había recibido un premio Nobel pero por esto fue objeto de mordaces críticas y malintencionados rumores que lo obligaron al suicidio.

 

 

 

Nota relacionada:

Fallece Tomas Tranströmer

 

 

 

 

 


   
 
 
 
Copyright 2015 © Magazín Latino

All rights reserved.