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Holocausto judío
Largas filas de niños, mujeres, ancianos, caminaban escoltados por las Flechas Cruzadas. a punta de garrotes, látigos y pistolas. Foto: Archivos.
 

30 de enero de 2012 | CULTURA | LITERATURA |

Alex Kershaw: "Los últimos días de Wallenberg"

El viernes se celebró el Día del Holocausto, el aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz y Birkenau por las fuerzas soviéticas el 27 de enero de 1945. Mientras que en Austria, en Hofburg extremistas de derecha celebraron la fecha con un baile. Uno de los invitados fue Kent Ekeroth, del Partido de Demócratas de Suecia. Björn Wiman escribe una reseña del libro "Los últimos días de Wallenberg", que trata del héroe sueco Raoul Wallenberg, quien salvó la vida de miles de judíos húngaros. [Este texto corresponde a ML. El que viene a continuación es una traducción del artículo de DN].

Fuente: DN 17-01-2012/ Björn Wiman. Traducción: Magazín Latino

Nadie que haya leído el famoso poema de Paul Celand "Fuga de la muerte" puede olvidar las palabras que hacen eco en todo el texto: "La muerte es un maestro de Alemania"

Nadie que lea el nuevo libro del escritor británico Alex Kershaw "Los últimos días de Wallenberg" podrán evitar vincular el poema de Celan con el nombre del obersturmbannführer (Teniente coronel) Adolf Eichmann, el hombre que organizó una gran parte del Holocausto y que se encargó que los trenes que trasladaron a millones de judíos a la muerte, cumplieran su horario.

"El maestro mismo de enviar" el jefe de la SS Heinrich Himmler habría dicho que la exterminación de los judíos en Hungría fue planificado el invierno de 1944. El "maestro" era Eichmann. Alex Kershaw- autor de varios libros populares de historia sobre la Segunda Guerra Mundial- lo pone en el papel principal, hasta la conferencia de Wannsee en 1942, cuando como el burócrata de los ojos protuberantes al que se le permite sentarse en la mesa de los muchachos grandes y se le asigna el papel de jefe de estación tecnocrática de todo el Holocausto.

En un momento en el libro de Kershaw, Eichmann y Raúl Wallenberg cenan juntos en Budapest, en el horizonte el fuego de la artillería rusa –una espectacular escena de duelo entre el villano y el héroe que en realidad no habría necesitado ser destacado en este drama. La historia de Raúl Wallenberg, el hombre que luchó contra la peor tiraría solo para ser asesinado por otra, es suficientemente efectivo en sí.

Sobre todo con los terribles antecedentes de fondo: la exterminación de 800 000 judíos, una empresa que en su completa locura desafió hasta la retorcida lógica del nazismo.

El Holocausto de los judíos húngaros ocurrió en la fase final de la guerra, cuando todo estaba perdido para Hitler. Sin embargo exterminaron a toda la población judía del campo de Hungría, solo en dos meses. En Budapest continúo la matanza despiadada literalmente al mismo tiempo que las tropas rusas entraban en la ciudad.

Kershaw narra esta espantosa historia con una mirada caleidoscópica desde tres perspectivas: Eichmanns, Raúl Wallenberg y varios otros testigos de judíos sobrevivientes. Estos últimos son los más fuertes –el libro de Kershaw puede bien leerse paralelamente con tanto la novela de Imre Kertész "El hombre sin destino" y el bello libro de ensayos de Georg Klein "Nunca regresaré" del año pasado. Kertész fue deportado a Auschwitz el verano de 1944 mientras Klein se quedó como testigo de la masacre de los nazis y el movimiento de la Cruz Flechada en Budapest. El dominio del terror de los Cruz Flechados aterrorizó hasta los duros veteranos de la SS; las marchas de la muerte a pie por la ciudad limítrofe de Hegyeshalom desafía toda descripción, así como el río Danubio tiñeron de rojo con la sangre judía.

Raúl Wallenberg salvó el mismo o en colaboración con otros a decenas de miles de estas personas.

Como lo hizo no es descrito verdaderamente en la forma rapsódica de narrar de Kershaw –pero es de esperar que pronto se publicarán dos biografías suecas de Wallenberg de los biógrafos Ingrid Carlberg y Bengt Jangfeldt este año concretizarán y profundizarán la imagen de los esfuerzos de Wallenberg.

Sin embargo en Kershaw hay inesperados destellos de sus motivaciones humanas -"Me gusta este peligroso juego" – y las descripciones de sus controvertidos métodos diplomáticos, como la entrega de pasaportes para protección, sobornar a los nazis en el poder y a veces –poniendo su propia vida en peligro- recogiendo judíos directamente de los carros del tren. Quizás fue el mejor recurso de Wallenberg es que no era diplomático.

Otra idea que perdura es por supuesto que toda la tragedia con Wallenberg después de la captura por los soviéticos en 1945 es que se podría haber evitado si Suecia hubiera actuado con la fuerza diplomática correcta desde el principio. Por el contrario, Kershaw muestra que el enviado sueco a Moscú, Staffan Söderblom, durante su sumiso encuentro con Josef Stalin en junio de 1946, en la práctica preparó el terreno para el asesinato de Wallenberg.

Ademas de dar fe de su admiración por el buen físico de Stalin, Söderblom explicó que su creencia y la del gobierno sueco –todavía con vida- "víctima de un accidente" o "de bandidos". Después de eso los interrogadores soviéticos pudieron con calma explicar a su prisionero que si el gobierno sueco hubiese mostrado interés en salvarlo debieran haberse esforzado más.

Sin embargo si hay algo que los actuales casos de los prisioneros de conciencia suecos – Dawit Isaak, Martin Schibbye y Johan Persson - muestran es que los servicios de relaciones exteriores no han aprendido la lección de la importancia de una actuación enérgica desde el comienzo

Las tardanzas diplomáticas no se pueden reparar. También de esto es el libro de Alex Kershaw, un triste recordatorio.

 

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