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04 de febrero de 2011 - CULTURA - CUENTO


El libro

Por: Juan Alemany (*)

Ese fin de semana le tocaba el libro a Manuel.  Sus tapas negras, sin palabras, implicaban la seriedad de sus textos.  El turno de Martín era a los siete días para leerle.  Habían decidido alternarse el Libro para tener acceso a los escritos.  De tal forma, que se ponían de acuerdo en leer un capítulo, el mismo, para poderlo discutir durante la semana siguiente.

Tenían solo uno, por eso lo compartían. Tampoco tenían dinero para comprar otro, además ya no se conseguía, las librerías ya no existían.  Lo importante en el fondo, era llegar a desentrañar las metáforas que tenían las páginas.  Cada cuento corto, como cada historia escrita, era una explicación de la vida.  Con las anécdotas o con los argumentos dichos por el escritor, podían entrar a conocer el pensamiento de otros seres humanos.   Descubrir a quiénes adoraban esos hombres; quiénes eran sus Dioses;   cada cuántas lunas llenas nacían sus hijos, que normalmente debían ser nueve.

Los cuentos no tenían autor porque no importaba quien los había escrito.

 Para su conservación lo depositaban dentro de una caja de cartón, con la cual lo trasladaban de un lado a otro, como si fuera una joya, o una reliquia antigua o del futuro. Daba lo mismo, que fuera de ayer o de mañana, lo que importaba era que no se mojara.  Sus frases podrían haber sido escritas hace cien años, o doscientos, o quizás estarían escritas dentro de mil.  

El contexto era intemporal.  A nadie le concernía cuando sería escrito, o cuando lo habían escrito. Mucha gente no podía comprender que fueran mensajes del ayer, o del mañana.

En el Libro no había ninguna historia completa del principio al final, como suele suceder en las viejas técnicas literarias, importaban los diálogos, el intercambio de palabras entre los seres humanos. 

Aquí cada cuento de tres o cuatro páginas, era una historia total.  El sabio, o el escritor, había decidido organizar un desorden sin criterios lógicos, de forma aparente, para poder organizar un universo nuevo.  La idea del autor era hacer una nueva propuesta de la vida, para existir distinto.  

Estaba cansado de los razonamientos explícitos, y de unas formas de vida, que implicaban siempre el sacrificio de los seres humanos, para alcanzar las utopías.  En contraste con los libros religiosos, este proponía o exaltaba la posibilidad de crear un mundo, donde cada hombre pensara diferente.  Lo importante dentro de un capítulo se consolidaba en la vida cotidiana y en los quehaceres de los personajes.

En las religiones antiguas, los hombres debían vivir dentro unos parámetros iguales a los demás, y no podían salirse de la estructura de la vida.   La forma de vida, la cultura, la herencia de lo vivido por sus antepasados, les marcaba para vivir igual.  No podían escaparse de los prejuicios. Tampoco de las morales y las costumbres, aunque estaba comprobado que en otras partes de la tierra, la gente podía vivir diferente, sin esos ritos. 

Pensar distinto podía ser visto como un sacrilegio. En otras palabras, como un pecado.  Los límites los establecía el sacerdote, o el psicólogo de turno, ya fuera en el pasado o en futuro.  Era importante mantener igual la forma vida para todo el mundo.  Así aparecían los herejes, los críticos, los iconoclastas, que serían perseguidos siempre, hasta el final de sus días. Aquellas sociedades no se podían dar el lujo de la crítica, por el atraso en que se encontraban.  Eran leyes sólidas como un ladrillo.

Su curiosidad por el misterio era manifiesta dentro de cada frase. El universo lo dejaba explícito en el firmamento; todo era infinito. Cuando algo comenzaba nunca iba a terminar.

Luego de que los nuevos dueños de los imperios quemaran las bibliotecas, se había vuelto supremamente difícil encontrar un Libro. 


Alejar a los hombres del conocimiento y del pensamiento había sido más fácil para los amos del mundo, que las preguntas.  Era mejor que nadie cuestionara nada.  Que la vida fuera sin misterios.  Que fuera pulcra.  Que la creyeran perfecta.  No era dado dudar. 

Esta forma de vida tan extraña, sin preguntas, daba la sensación de una rara seguridad a los hombres. Incluso muchos, desarrollando el culto de la personalidad en los nuevos gobernantes, amaban al jefe como si fuera un Dios.  Las ciudades establecían con números, abriendo encuestas, cuántos hombres preferían a este o a cual otro ser.  Se medía como con un termómetro, el arraigo que tenían sobre los demás hombres.  

Era algo así como una nomenclatura, o cifra de popularidad.  Esas empresas elegían los gobernantes.  Ni siquiera debían ir a depositar un voto. Con sólo mil llamadas telefónicas cada diez millones de habitantes, podían saber quién era el agraciado de las multitudes.  Era otra forma de democracia.  

La llamaban así, aunque en el futuro o el pasado eso fuera en realidad una tecnocracia, o un ardid para sumir la gente bajo algunos postulados ficticios.

Martín y Manuel habían transgredido algunas leyes al tener escondido el libro una semana cada uno, por eso el juez, cuando dijo la sentencia en la corte, estableció que la condena sería del total la mitad para cada uno. Daban gracias a que no les quitaran la vida, seguirían leyendo secretamente. 

Les quedaba un ojo a cada uno.

 

 

(*) Escritor uruguayo, radicado en colombia. Cursó estudios de Literatura en Francia, en Paris VIII, con el el maestro Saúl Yourkievich. Ha escrito cuentos cortos,poesía y ensayos, y ahora publica su primera novela. Paloma roja es una novela policia, dentro del género negro, y la convierte en una nueva forma de filosofar, e interactuar entre los personajes, para cuestionar el tiempo.( Ver Link https://palomaroja.wordpress.com/novela-roja-capitulo-primero)

 

 
 
 
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