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Blake Edwards creó la popular Pantera Rosa. Foto: Neil Jacobs/AP/Scanpix

 

17 de diciembre de 2010 - GENTE Y TV - CINE

Tan sólo un Oscar de honor reconoció la gloria de Blake Edwards

Ninguna película del cineasta ya fallecido obtuvo el reconocimiento de la Academia de Hollywood. Como Chaplin, Altman o Fellini, tuvo que conformarse con un galardón honorífico.

Fuente: Rocío Ayuso - El País.com

Alfred Hitchcock, Charlie Chaplin, Howard Hawks, Stanley Kubrick, Preston Sturges, Ernest Lubitsch, Hal Ashby, Alan J. Pakula o Robert Altman entre los angloparlantes y Sergio Leone, Federico Fellini, Ingmar Bergman o Akira Kurosawa entre los que no dominaban la lengua del imperio de Hollywood, es muy larga la lista de maestros del cine que nunca recibieron un Oscar. Una lista que ahora también incluye al talento de Blake Edwards, el hombre que dio al mundo títulos inolvidables y parió uno de sus mejores personajes cómicos en la absurda irreverencia del inspector Clouseau. Como en algunos de los casos mencionados en esa larga lista de directores, Edwards se tuvo que conformar con un Oscar honorífico que le fue entregado en la 76ª edición de los premios más prestigiosos de la industria. Ya está. Y gracias.

Como repite al unísono la crítica cada vez que uno más de los elefantes blancos del cine se extingue sin el merecido reconocimiento ¿en qué piensa la Academia cuando entrega sus estatuillas? ¿Acaso los académicos están dormidos? Las razones siempre son de lo más diversas. En el caso de Edwards, el realizador nunca fue un favorito de la crítica y sus peleas con la industria están bien documentadas incluso por el propio director cuando rodó con toda su mala leche la sátira de Hollywood que es SOB. De toda su filmografía como actor frustrado metido a guionista, productor y realizador; Edwards sólo consiguió una candidatura al Oscar en 1983 por el guión de Víctor o Victoria. Por lo demás, el hombre que descubrió el lado serio de Jack Lemmon en Días de vino y rosas, enamoró a todos con la picardía romántica de Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes y despertó la hilaridad desbocada de un atormentado Peter Sellers en El guateque o La Pantera Rosa, a los ojos de la Academia no fue merecedor de ningún otro reconocimiento en forma de Oscar.

Cuando finalmente le llegó esa estatuilla del mea culpa a toda su carrera, la misma con la que la Academia también se disculpó con Chaplin, Altman o Fellini entre otros -aunque nunca llegó a manos de un Kubrick-, Edwards demostró su talante y la recogió de buen grado. Otros como Peter O'Toole o Jean-Luc Godard han hecho saber a los académicos su amargura con estos premios de honor, casi de pedrea. No Edwards, que puso en escena uno de sus conocidos momentos de humor, robando en silla de ruedas la estatuilla de las manos de un conchabado Jim Carrey antes de estrellarse contra el escenario.

Para ese momento y como muchos de los grandes del cine todavía con vida, Edwards llevaba tiempo sin rodar. Esa afición suya por otras formas artísticas como la pintura y la escultura y que cobró volumen en el rodaje del remake de Francois Truffaut El hombre que amaba a las mujeres, donde realizó sus propias piezas, se convirtió en su verdadera pasión con exposiciones como la que realizó en el Pacific Design Center de Los Ángeles en 2009. Como explicó entonces a la prensa las piezas, desde grandes instalaciones al aire libre a joyas de mujer, fueron su propia voz, un área donde no tuvo nunca que preocuparse por la crítica.

 

 
 
 
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