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Valparaíso
Incendio en Valparaíso. Foto: Marco Borgoño Rodriguez.
 

19 de febrero de 2013 | COLUMNA |

Jugar con fuego

Por:  Lilian Aliaga

Quién de niño no jugó con fuego? con claridad recuerdo las veces en que a escondidas de mi madre - que a muy temprana edad tenía que vérselas con cuatro hijos, un par de mellizos incluído - y aprovechando justamente su atención para los más pequeños que me dejaba cierta libertad de acción, sacaba una cajita de fósforos que llevaba un dibujo o foto de unas montañas nevadas. No se si era la atracción que siempre sentí por la cordillera o la magia de esos palitos que en más de una ocasión mordisqueaba e incluso comía disfrutando el sabor de las negras cabecitas, que aunque arriesgaba un severo castigo volvía una y otra vez a tomarlos cada vez que se me presentaba la ocasión.

Debo haber tenido unos cinco o seis años cuando aprendí a encenderlos y a hurtadillas empecé a dedicarme a prender pequeños trozos de papel higiénico en el baño, más bien en el dormitorio donde mamá nos disponía una bacinica para nuestras necesidades pues no permitía que fuésemos a los baños colectivos que había en el lugar que habitábamos en el campamento minero de la localidad de Parrón. La emocionante entretención por supuesto terminó mal, sería no más que la segunda o tercera vez que lo hacía, el día en que muy asustada vi que el fuego crecía demasiado y a gritos tuve que llamar a mi madre que aterrorizada se encontró con un amago de incendio que amenazaba ya las camas de la habitación.

Pareciera que las grandes emociones se sobreponen y tal vez se anulan en la memoria, pues sólo recuerdo mi pavor y los esfuerzos de mamá por apagar las llamas, para nada recuerdo algún castigo o sermón que doy por hecho, hubo. Supongo que a pesar de mis cortos años fui capaz de darme cuenta de la magnitud de la tragedia que mi inocente juego pudo haber desatado y eso fue más que suficiente para escarmentar y aprender que "con fuego no se juega". Seguro es que desde aquel día mi madre también extremó las precauciones en mantener los fósforos fuera de mi alcance.

Hace unas semanas atrás, junto a varios vecinos debimos luchar contra un incendio que comenzó en pastizales y amenazaba propagarse a las viviendas cercanas. La falta de agua en el sector, en donde sólo disponemos de la que el municipio nos reparte en un camión aljibe y que alcanza apenas a cubrir las necesidades básicas, hizo todo lo dramático que se pueda imaginar el suceso. Por fortuna justamente ese camión se encontraba en las cercanías y fue vital su ayuda para evitar que el fuego se extendiera antes de la llegada de bomberos. Pasamos muchas horas apagando los focos que resurgían una y otra vez avivados por los fuertes vientos propios de este lugar de la precordillera, aún después de que las brigadas se retiraron del lugar. Aprendí que los espinos, árboles tan nobles y a los que tanto amo por la seguridad que transmiten frente a eventos sísmicos, encierran el peligro de prenderse por dentro, lentamente, y que puede pasar mucho tiempo antes que el fuego se haga evidente en su exterior.

El jueves recién pasado a través de la televisión reviví el terror y la angustia del incendio ante las dramáticas imágenes del infierno desatado en la ciudad de Valparaíso. Cuantos porteños repartidos por el mundo habrán sufrido si vieron o supieron del fuego arrasando bosques y viviendas del sector de Rodelillo y del cerro Los Placeres. La precariedad de muchas de las viviendas, la abundante vegetación, los fuertes vientos, sumado también a la escasez de agua favorecieron la rápida propagación de las llamas. Más de un centenar de viviendas consumidas y 1.2000 personas damnificadas fue el desolador saldo de la catástrofe.

Absolutamente conmovedor fue al día siguiente: las imágenes de varias personas que deambulaban entre los restos de lo que fueron sus hogares buscando, según declaraban al ser entrevistadas, - sus recuerdos, alguna foto, algún rastro de la historia familiar - difícil, muy difícil, ya que prácticamente todo estaba reducido a escombros y cenizas...todos declaraban: “Tendremos que empezar de cero, pero lo más importante es que estamos vivos”. A pesar de la magnitud del siniestro no hubo personas fallecidas.

Como siempre, ante una tragedia de fuerte magnitud, las dos caras de mi país quedaron al descubierto: por un lado la más vergonzosa, la de los delincuentes inescrupulosos (doy por hecho que los hay con escrúpulos) que tratan de sacar provecho robando lo poco que las víctimas pudieron salvar. Y la otra, con la quiero quedarme: la de la solidaridad que brota de manera espontánea. Con la misma rapidez con que se propagó la llama del incendio, la llama de la solidaridad se extendió por un amplio sector del país, y se organizaron rápidamente campañas para ir en ayuda de los damnificados.

La causa del incendio es motivo de investigación y seguramente tomará algún tiempo determinarla con claridad. Entre otras hipótesis está, de acuerdo a testimonios de vecinos del sector, la de algunos niños jugando con fuego en el sitio donde se habría iniciado el siniestro.



Valparaíso
Panorámica de la bella ciudad de Valparaíso.

 

 

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