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Imagen de la ciudad de Estocolmo. Foto: Marcela Elofsson.

 

18 de junio de 2011 |COLUMNA

Recuerdos de Suecia

Por:  Lilian Aliaga

Las patéticas imágenes de jovencitas totalmente borrachas en plena vía pública, que muestra en televisión un programa de investigación y denuncia periodística, desencadena en mí un torrente de recuerdos de 30 años atrás; cuando en este mismo mes, el año 1982, viajamos a Suecia con mi marido y nuestro hijo mayor. La menor había cumplido recién un año y quedó al cuidado de mis padres. Recuerdo haberle pedido expresamente a mi madre que no hiciera nada por enseñarle a caminar, viajábamos solo por un mes y no quería perderme los primeros pasos de mi hija.

Desgraciadamente, a pesar de la belleza, la pulcritud y tantas cosas que me deslumbraron de ese país nórdico, en esa época tan infinitamente distinto al nuestro, una imagen que me persiguió por años, fue la de ver por primera vez en mi vida lindas niñas completamente ebrias durmiendo en escaños, en las cercanías del metro o en plena calle.

Y no es que no recordase las fiestas universitarias de mi época. También bebíamos entonces, pero  no sé si por más moderación, o por más pudor, el hecho es que no eran comunes las escenas que hoy protagonizan muchos jóvenes cada fin de semana. A diferencia de lo que está ocurriendo aquí, en que el fenómeno involucra grupos numerosos, que responden incluso a convocatorias a través de Facebook y en que la violencia es el agravante mayor, sí puedo decir, que en el país del norte no vi jamás una pelea y que los y las jóvenes ebrias se veían más bien solas o en muy pequeños grupos. 

El desarrollo inevitablemente trae consigo "efectos colaterales" muchas veces indeseados. En aquellos años nuestro país vivía una crisis económica histórica, y estábamos además en plena dictadura, por lo tanto había imposibilidad de todo tipo para excesos como los actuales, por ello tal vez, el fenómeno de la bebida llamó tanto mi atención.

Pero muchas otras cosas también lo hicieron y es más, algunas buenas costumbres observadas allá, las conservo hasta hoy.

En Suecia aprendí, por ejemplo, que se puede andar por el mundo con la ropa arrugada....¡ y no pasa nada!  Bueno, no es que vaya descuidada, pero me di cuenta que el exceso de meticulosidad en el planchado de muchas prendas, solo significa una terrible pérdida de tiempo y de energía eléctrica. Aunque parezca ridículo, me extrañé mucho al ver a las personas atendiendo público con las camisas o blusas como recién sacadas de la lavadora, aquí ningún jefe lo hubiese permitido. 

Lo de dejar los zapatos a la entrada de la casa, que complica un tanto a quien no tiene costumbre, y visita algún hogar sueco, también me gustó, aunque replicarlo en Chile es prácticamente imposible. Igual algo rescaté de esa sana costumbre y en mi casa hay un lugar, a la entrada, especialmente diseñado para dejar los zapatos, generalmente  embarrados en los días de invierno, y colocarse unos limpios y más livianos.

Como verdaderas postales, quedaron en mi mente las bellas y plácidas imágenes de los lagos y por supuesto, la naturalidad con que muchas personas se sumergían en sus aguas, totalmente desnudas. Algo que nunca entendí fue por qué regresaban a sus hogares tan temprano, especialmente cuando en verano  el sol es tan generoso y el día se prolonga casi hasta la medianoche nuestra. En todo caso pasadas las 6 de la tarde, cuando ya no quedaba en el lugar más que nuestro grupo familiar, llegaba el momento más increíble, en que bandadas de gansos silvestres hacían su aparición en la playa, para deleite de nuestros niños y los mayores, que disfrutábamos a solas, tamaño espectáculo.

Debo a Suecia además el haber identificado el origen de un perfume  maravilloso que me traía reminiscencias de mi más temprana infancia, y que siempre había sido para mí un misterio que ansiaba resolver. Fue justamente un día en que regresábamos del lago, cuando en cierto lugar del recorrido "ese perfume", inundó el ambiente. Fue tal mi emoción, que si no me lo impiden, me bajo del bus a investigar, aunque no era la hora más adecuada para ello.

Al día siguiente, planeamos el regreso a casa más temprano para darme en el gusto, y sí que fue un gusto, un verdadero festín olfatorio, y una emoción inmensa me embargó.... finalmente había encontrado al, o mejor dicho a los, responsables de tan exquisitas emanaciones: unos enormes y frondosos tilos.

Luego al regresar a casa, mis padres me confirmaron que en el lugar donde viví los cuatro primeros años de vida, había muchos de esos árboles y ellos recogían por cantidades sus flores para guardarlas, por sus efectos medicinales contra el resfrío. Leí en alguna parte que la memoria olfatoria tiene su mayor capacidad justamente en ese segmento de la infancia y que, por lo tanto, si queremos que nuestros niños guarden gratos recuerdos, es muy bueno proporcionarles estímulos olfativos que puedan asociar a sus vivencias.

La vuelta a mi país fue un duro golpe, por esos días de pleno invierno había llovido intensamente provocando el desborde de numerosos ríos, incluido el Mapocho, que había inundado por completo barrios enteros, dejando millonarias pérdidas y cuantiosos damnificados, la pobreza y la opresión  de esa esa época " me saltaron a la cara" . En medio del gris del paisaje invernal, la costumbre del gris o el obscuro de las vestimentas, contrastaba aún más con mis luminosos y coloridos recuerdos.

Ese viaje tuvo, en muchos sentidos, el efecto de una inyección de vitalidad en un tiempo en que, en verdad, me hacía falta. Guardo lindos recuerdos de aquel  mes de verano, al otro extremo del mundo y también de la extrañeza con que mi hija de 14 meses salió... ¡caminando!  a nuestro encuentro…       

 


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