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Pareja Mossander
La nieta de la pareja Mossander los estaba esperando en el aeropuerto. Foto: Aftonbladet.
 

16 de enero de 2012 | SUECIA |

"Yo pensé: Esto no está sucediendo de verdad"

La colaboradora de Aftonbladet, Ingalill Mosander, estaba a bordo del Costa Concordia, cuando este encalló la noche del viernes. Aquí escribe acerca de la pesadilla.

Cerré los ojos y veía escenas de la película Titanic. Me dio angustia cuando vi el aumento de agua en la nave, las personas que quedaron atrapadas bajo cubierta, el horror, el pánico que se extendió a todo el mundo cuando nos dimos cuenta de lo que estaba sucediendo. Gente desesperada que se tiró al agua congelada cuando el gigante yate de lujo comenzó a hundirse.

Ahora he pasado por todo en la realidad. Y fue horrible.

Fuente: Aftonbladet. 15-01-12. Ingalill Mosander. Traducción: Magazín Latino

Esto no está sucediendo de verdad, pensé cuando traté de subir las escaleras del barco que cada vez se inclinaba más. En nuestro camarote estaban los chalecos salvavidas, que yo nunca pensé que serían de utilidad en mi vida anterior.

Entonces se apagó la luz. Toda la nave quedó completamente negro.

¿Que hago si la luz no vuelve? Estábamos alojados en el piso octavo y los botes salvavidas estaban en el cuarto. ¿Cómo íbamos a ser capaces de encontrar hasta allí en la oscuridad?

Durante algunos segundos apenas pude respirar. Entonces se prendieron algunas suaves, titilantes lámparas, agarré mi chaqueta, tomé la cartera y corrí lo mas rápido que pude hacia abajo, hacia donde yo esperaba estuviera mi salvación.

Allí me encontré con un caos total – gente que se apretujaban desesperadamente para poder alcanzar un lugar en los botes salvavidas, madres aterrorizadas con niños llorando, la gente gritaba y se empujaban, una señora mayor se desmayó y su marido gritaba desesperado por ayuda. No recibimos ninguna información acerca de que era lo que pasaba o que teníamos que hacer. La tripulación que quedaba hablaba solamente en italiano.

Yo me empujé a misma hacia adelante con toda la fuerza que pude reunir y sostuve a Janne firmemente de la mano. Logramos llegar al bote salvavidas completamente lleno y nunca voy a olvidar cuando nos sentamos allí y no sabíamos si íbamos a salir vivos del drama que sucedía a nuestro alrededor. Mi corazón latía con fuerza, apenas podía moverme, estaba muy asustada.

El bote salvavidas se sacudía durante el descenso y golpeó el canto del barco y cuando al fin alcanzamos la superficie sentí algo de alivio. El motor funcionaba y luego de un momento llegamos a un puerto donde pudimos llegar a la costa. Habíamos sido rescatados.

Entonces me volví y lo que vi fue algo espantoso, una vista aterradora. La gran nave estaba hundiéndose cada vez más. Luego de solo una hora quedó tocando el fondo.

Y allí dentro hay aun personas que están atrapadas, según el personal de salvataje.

Habíamos ido a parar a una isla pequeña que se llama Giglio. Los habitantes tienen que haberse asombrado del macabro espectáculo que se desarrollaba frente a sus ojos. Miles de personas congeladas de frio sin nada más que la ropa que llevaban surgieron en la oscuridad. Muchos estaban en el restaurante cuando la embarcación comenzó a hundirse, los vasos se hicieron pedazos y había pedazos sobre todo el piso. Jovencitas en delgados vestidos de fiesta, sin medias y con zapatos de taco alto. Hombres mayores en trajes, camareros con camisas blancas, chalecos de color lila y con sus placas con sus nombres en el pecho. Vi a dos cocineros con sus sombreros de chefs. Gente llorando, angustiada, que buscaban a sus familiares que habían desaparecido durante el salvataje.

Durante la semana que habíamos estado a bordo habíamos tenido a una simpática pareja proveniente de Macedonia, con su hija de nueve años, de vecinos de mesa. Cuando llegamos a tierra comenzamos a buscarlos, y cuando al fin vimos a Mina, como se llama la hija, nos pusimos muy contentos.

Ella y sus padres también habían sobrevivido, nos abrazamos fuertemente, se sentía como si nos hubiéramos conocido toda la vida. Tal vez porque compartíamos una experiencia en común que nadie más puede comprender en toda su magnitud.

A las cuatro de la mañana abordamos un bote y arribamos a la costa italiana donde fuimos atendidos por médicos, personal de la Cruz Roja y muchos policías. Luego nos esperaba un largo viaje en bus, primero a Savona y después a Nice, donde logramos alcanzar el avión a Estocolmo con algunos minutos de margen.

En el hall de recibimiento de Arlanda nos encontramos con nuestra querido rayito de sol, Lovalee, de dos años, quien vino corriendo hacia nosotros con un ramo de flores en la mano.

Entonces sentí una alegría enorme un agradecimiento de estar aun con vida.
 



 
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