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Husby

Dos jóvenes posan junto a un coche quemado. Foto: Aftonbladet.

 

29 de mayo de 2013 |COLUMNAS |

Alexandra Pascalidou: Los chicos canalizaban su ira quebrando vidrios e incendiando

Autos incendiados en Husby. Los muchachos tiran piedras. Es lamentable y condenable, a corto plazo y contra productivo y un montón de otras frases condenatorias. Y por supuesto que los padres también tienen responsabilidad. Padres que perdieron el control sobre sus propias vidas y sus propios hijos.

Fuente: Dagens Nyheter/23-05-2013/Alexandra Pascalidou. Traducción: Magazín Latino

Nada puede defender una ola de criminalidad pero mucho puede explicarla.

Ahora los racistas aprovechan para ganar puntos transformando esto en un asunto migratorio. Pero reducir el problema a etnicidad es tan inteligente como hervir huevos sin agua. Es un complejo cóctel de pobreza, frustración, xenofobia, impotencia, geografía y clase.

Y género. Se trata de jóvenes, jóvenes hombres iracundos que salen un viernes por la noche a fiestas y que van a parar a una de las cadenas de comida chatarra porque no los dejan entrar en ninguna otra parte. Son los que no tienen ni vacaciones ni planes para el futuro. Son los que no conocen a gente con casitas de verano ni alguien que los recomiende en un lugar de práctica. Son los que se creyeron la norma masculina que no pueden alcanzar, pero no hay que tenerles lástima. Al resto sí.

Crecí en Rinkeby. A veces había incendios durante mi infancia. Allí los muchachos no encontraban otra forma de canalizar su ira que romper o incendiar. Sus arrebatos condujeron a movilizaciones mediáticas. Entonces, finalmente tuvieron un espacio en las noticias.

Si no se puede ser el mejor de los mejores entonces se es el peor de los peores, así se podría resumir su filosofía. Hay que luchar para ser visible.

Nosotras, las muchachas, internalizamos nuestra ira. Callamos e hicimos reverencias y la llevamos en el pecho. Nos tragamos el estigma de la segregación y la maldición de la xenofobia. Cerramos los ojos a la condena de la pobreza y las humillaciones de la xenofobia. Cerramos los ojos a las puertas cerradas y llevamos obedientemente la ira como un oscuro monstruo en el estómago.

Mi carrera periodística comenzó gracias a los disturbios de los muchachos. Me pidieron que explicara la frustración y vistiera el caos con palabras. Me convertí en el portavoz informal del suburbio quien al final no podía escuchar más simplificaciones.

Desde entonces he vivido y descrito tantos disturbios y autos incendiados. He viajado por barrios franceses, donde nos tiraron tomates y piedras a mí y un equipo de SVT. Visité los incendiados barrios de Brixton y he viajado por nuestro reino de cemento, desde Rosengård hasta Råslätt y Rågsved, y me he reunido con muchachitos rabiosos en los pantanos de la desesperanza a los que he tratado de convencer que hay otras formas de cambiar la sociedad, de romper las barreras y desgastar los umbrales de los prejuicios.

Pero yo comparto su ira. Comparto su frustración. A pesar que he escrito y hablado y reportado sobre esto por más de dos decenios, a pesar que somos muchos los que hemos alertado de las bombas de tiempo, veo pocas ambiciones de llevar luz a la sociedad en sombras. Por el contrario, esas áreas socialmente desfavorecidas sufren recortes y desmantelamientos. Son los jóvenes que ya no tienen nada que perder los que son peligrosos. Son ellos a los que todos nosotros tememos y condenamos. Principalmente sus propios hermanos y hermanas en los barrios, porque nuevamente son los peores afectados. Y a pesar que son inocentes todos son estigmatizados. Niños y niñas. Jóvenes y viejos. Trabajadores y desempleados.

Debiéramos hablar más de la alienación que crece en una generación de jóvenes en una periferia paralizada que no ven otra forma de protestar contra la arrogancia del poder que utilizando violencia.

Ojalá que los residentes de Husby recuperen su vida. Y ojalá que todos nosotros entendamos que solo estamos pagando la cuenta de los recortes y ahorros que afectan a los más débiles y favorece a los más fuertes.

Alexandra Pascalidou es periodista y escritora

 

 


 
 
 
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