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Ensalada

Una rica ensalada de tomates, típicamente chilena.

 

24 de junio de 2011 |COLUMNA

Monsanto, el tomate limachino y la ensalada chilena

SANTIAGO: El senado dio vía libre a un convenio que impide a los campesinos chilenos guardar sus semillas y prolonga la vigencia de los derechos de las transnacionales que venden semillas híbridas y transgénicas. Gracias a 14 votos provistos por la Alianza y la Concertación. Rojo intenso, oloroso, jugoso, con la base delineada como en gajos, el auténtico tomate del valle de Limache era la estrella de las ferias y mercados. Las cebollas valencianas nuevas, recién salidas para primavera, y el perejil de verde intenso. Eran los ingredientes para preparar la ensalada chilena, que luego se condimentaba con aceite de maíz y sal, irradiando un perfume sin par, un canto de la tierra, un poema al paladar. Los hombres solían adornar la ensalada chilena con ajíes verdes, desafiantes. No sin razón, esa fue llamada la ensalada chilena, la preferida del verano, la indistinguible y única, la chilena.

Por:  Hernan Narbona

El campo siempre tuvo ese halo romántico de las vacaciones, esa visita a las chacras, el juego oloroso de la tierra mojada, cuando las acequias brindaban de acuerdo a turnos el preciado elemento. Por generaciones, los campesinos, los medieros, los hombres de la tierra, acumularon la sabiduría en el manejo de sus cultivos, en la rotación de las plantaciones, el arado, la preparación de los surcos, las semillas guardadas, el cuidado, el desmalezado y de nuevo el ciclo de la cosecha y la vida de grandes pilastras y canastos, donde desde niño iba a las compras familiares. Detrás de las verduras, hortalizas, variadas frutas, gallinas de campo, conejos, había un estilo de vida rural, generoso y esforzado, que siempre admiré.

El mundo evolucionó y, al parecer,  no todo ha sido para bien. Los requerimientos de un mundo interdependiente obligaron a avanzar en una agricultura industrializada. La manipulación genética de los cultivos hizo casi desaparecer los cultivos autóctonos. El viejo y sabroso tomate limachino fue sustituido en las estanterías de las grandes tiendas por el tomate rocky, firme, de maduración lenta, apto para su exportación y venta masiva, pero jamás tan sabroso y perfumado como el original.

El año 1994 surgió la Organización Mundial del Comercio, en un acuerdo que incorporó casi todos los tópicos de la economía mundial, entre otros los Derechos de Propiedad Intelectual, donde los Estados se comprometieron a perseguir el plagio o piratería. Sin embargo, a merced de leyes de Patentes, en Estados Unidos se comenzaron a patentar como conocimiento protegido, los productos naturales de flora o fauna  a los cuales se les hacía alguna manipulación genética. El Doctor Fernando Monckeberg  lo alertaba en 1990. Había más de 2 mil patentes de biogenética esperando registro en la Oficina de Patentes y marcas de los Estados Unidos (USPTO). Entre ellas, daba como ejemplo, estaba el ahora popular tomate rocky. La dominación mundial se auguraba por la concentración de la propiedad del conocimiento tecnológico, a través del sistema de patentes.

El caso de Monsanto es evidencia de esta evolución, en un marco de globalización. 

Una Corporación planetaria  controlada por el magnate David Rockefeller que desplaza sus filiales por todo el orbe, como líder en la producción de alimentos transgénicos. Su negocio en semillas es la manipulación genética  y el registro de patentes de semillas híbridas, que tendrían ciertas características, pero que sirven para una sola siembra y cosecha, debiendo los agricultores seguir adquiriendo año a año las semillas para poder seguir produciendo un producto. Pero, lo que realmente ha resultado en una usurpación de patrimonio natural de los países, ha sido el hecho de patentar especies de flora o fauna que, obviamente, por existir en estado natural desde siempre en los pueblos originarios, nunca a esas comunidades se les pasó por la mente la necesidad de proteger su propiedad como patrimonio de su nación.

Pero, estos gigantes multinacionales sí lo han hecho y muchas veces, realizando la extracción ilícita de las especies del lugar de origen, en un verdadero contrabando de exportación, llevándose ejemplares o plantas naturales para que sus invernaderos y  laboratorios las manipulen y luego las hagan suyas, cambio genético mediante, incorporando algo en su cadena de ADN, lo que les concede diferenciación para esa propiedad industrial. A partir de allí, quedan protegidos por la ley norteamericana que es extraterritorial y que se refleja en los TLC y en el Acuerdo de Marraquech de 1994, que creó la Organización Mundial de Comercio, lo que protege a los residentes americanos donde sea que ellos realicen sus negocios.

Con el peso imperial por espaldas, esta Corporación planetaria, Monsanto, se ha ido apoderando de los cultivos principales, maíz, soja, quinua, hierbas medicinales, los alimentos naturales que por siglos generaron los agricultores, mejorando injertos, desarrollando la diversidad de cultivos con que se crió nuestra generación. Monsanto partió con negocios en venta de sacarina, herbicidas y a partir de los ochenta incursionó en biotecnología, con una estrategia de concentración que la dejó como líder absoluto en materia de alimentos a nivel mundial.

Esta trayectoria avasalladora tiene grandes críticos a nivel mundial, por el uso de componentes que son potencialmente dañinos para la salud de las personas. Una de las controversias principales ha sido la derivada del libro "El Mundo según Monsanto" de la periodista francesa Marie Monique Robin  en el que se denuncia el irresponsable desarrollo de los químicos para "mejorar" la producción agrícola y crear alimentos transgénicos.

Cuando se comprueba la invasiva presencia de estos conglomerados, en alianza con intereses locales, la ciudadanía afectada poco puede hacer, toda vez que las decisiones ocurren por arriba de las instancias territoriales del país, en un marco jurídico supranacional que, guste o no guste, es parte de la forma como el país se ha insertado en la globalidad.

Los derechos históricos de los pueblos, a disfrutar y preservar sus recursos, su naturaleza, su forma  de alimentación, pasan  a ser atropellados por la ambición expansiva de estos gigantes globales. 

Disfrutar de una ensalada chilena, autóctona, inolvidable, de ese poema para el paladar, puede quedar restringido al uso de tomates de producción patentada. Y con nostalgia e impotencia, lo anotaremos en el registro de lo que hemos perdido al ser parte de un modelo global dirigido por la codicia ilimitada, que pisa nuestra soberanía y nos remite a situaciones coloniales, en medio del Siglo XXI.

Periodismo Independiente, 26 de mayo de 2011.

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