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Contra el racismo



 

10 de diciembre de 2013 | COLUMNA |

Por un mundo sin fronteras

Por: René Barraza Pizarro

Desde que interactuamos con el mundo tenemos ese arraigo al lugar de origen o a un grupo de pares. Ya antes de nacer, existe la sensación de pertenencia a través de los sentidos que pueden identificar un espacio o persona por medio del aroma, los ruidos, la temperatura, la comunicación, el lenguaje materno, la sudoración y un sinfín de aspectos que permiten atarnos al terruño y su gente. Quizás la primera nación del individuo sea nuestra madre, hasta nacer. Y al dejar el vientre materno, el llanto sea la locución natural del sujeto, respuesta instintiva de autodefensa o auxilio frente al sólo cambio de ambiente.

Y así, ese sentido de pertenencia va ampliándose al grupo familiar, de vecinos, compañeros de juegos, amigos, colegios. Este último, se conforma como el lugar donde también ocurre el bullying o acoso escolar, mini versión o antesala de la xenofobia. Sin embargo, cuando distinguimos los emblemas patrios del país, su historia, su acervo histórico, sus luchas, su patrimonio, su cultura y tradiciones, despierta en nosotros ese amor a la patria. Y al igual que en el llanto instintivo de un recién nacido, los pueblos y su gente reaccionarán y se protegerán ante cualquier amenaza posible que atente contra ese concepto de pertenencia o unidad.

En resumen, el nacionalismo es una respuesta instintiva, animal y básica. No es un concepto que se asimile a la evolución histórica del hombre ni a los nobles sentidos evolutivos de la humanidad. De hecho, nuestro gran genio universal, Albert Einstein, lo definió como “una enfermedad infantil” y definitivamente como en muchas de sus sentencias, fue certero. Y como toda enfermedad, es una limitación que carcome y debilita el cuerpo, el alma y la razón de las naciones y su gente; es una afección que coarta la emancipación del hombre y sus nobles sueños. Es sin duda, la antítesis del concepto hermano y un llamado plano y frontal de la enemistad y la barbarie.

En su origen filológico, la xenofobia (del griego xeno = extranjero y fobia = temor), reproduce claramente que el temor a lo distinto, despierta actitudes impulsivas de miedo y por ende de defensa. El nacionalismo y su exacerbado pensamiento básico e infantil, no sólo promueve la sobrevaloración de una cultura por sobre otra, sino también ese miedo a lo distinto suscita actos cobardes y deplorables en contra del individuo y la humanidad.  La xenofobia, además de ser la incapacidad de superar las propias limitaciones e inseguridades, es el escenario propicio para esconder otras perversiones horrorosas de algunos insanos y también otro medio de la promoción del tráfico de armas y otros vicios comerciales.

¿Cuántas veces nos hemos dolido de imágenes de personas que agreden a otro ser humano por sus creencias, apariencia o vestimenta? ¿Cuántas veces la historia reproduce holocaustos a distintas escalas que la mayoría lamentamos? Lo más grave es que todos estos actos genocidas van acompañados siempre de vejámenes a la población más vulnerable: la trata de esclavas sexuales; el ultraje de mujeres y niñas. Y si a todo esto agregamos que la misma población que padeció el embate del ataque sistemático: étnico, cultural o religioso debe sufrir similares flagelos de parte de los mismos organismos internacionales que los protegen, resulta más desconcertante y muy doloroso.

A modo de comentario señalo como registro de ello: Serbia, Sudán, El Congo, Liberia y otros lugares donde estas policías internacionales han debido actuar por diferentes razones. Estas fuerzas de paz con esos crímenes: pedofilia, violaciones y tráfico de personas, no sólo están desarrollando actividades ilícitas y discriminatorias hacia mujeres y niñas de una población, sino también, estarían aumentando los crímenes de lesa humanidad, toda vez que dichos actos se tipifican como actos inhumanos graves y son claramente la continuación de un ataque generalizado, pues se extienden a través de una logística y aparataje internacional. Por lo anterior, corresponde que los emisarios de paz involucrados en estos hechos, no sólo sean dados de baja o procesados por tribunales civiles o militares, sino tratados como criminales de guerra.
Pese a conocer lo nefasto de estas ideas y los efectos crueles a los que puede conducir a un determinado país, el nacionalismo persiste en pleno siglo XXI y en cada rincón del planeta. Y aún cuando sabemos que es un sentimiento infantil, primitivo y prosaico, éste sabe estar latente.

Basta que analicemos los motivos que llevaron a postergar el fallo que entregará la Corte Internacional de la Haya, por la demanda de límites marinos interpuesta por Lima contra Chile, y sabremos que no fue otro que evitar saber los resultados frente a una elección interna. Es decir, se reconoce que implícitamente uno u otro resultado claramente puede inclinar la balanza de una elección o, es más, el resultado politiza la decisión de dicho tribunal.


Cualquiera de las dos situaciones, deja de manifiesto que cualquier estado de discordia entre naciones, etnias, credos y culturas puede significar conflictos que desencadenan en graves horrores. Por ello, es clave que sepamos que no necesitamos generales que arenguen a sus tropas con frases como: “he dado la consigna que chileno que entra ya no sale y si sale, saldrá en cajón. Si no hay suficientes cajones, saldrán en bolsas de plástico" (*). Tampoco necesitamos oficiales marinos que enseñen cánticos xenófobos a cadetes de la marina chilena.


Todos y cada uno, estamos llamados a nombrar hermano a cualquier ser humano; el varón a tratar con respeto a cada mujer, niña y niño; y cada individuo a nombrar por patria a la tierra y a citar por himno a la novena sinfonía o a cualquier canción que se le asemeje. Todos y cada uno, estamos llamados a denunciar ante las leyes y tratados internacionales a quien o a quienes atenten contra la libertad y la vida. Cuando el himno y los emblemas de cualquier hombre, mujer o niño sean uno y el mismo, sin duda sabremos que los recursos y los esfuerzos de la humanidad estarán bien encauzados.

 

 

*) Dichos del general peruano Edwin Donayre en febrero de 2013. (www.youtube.com)

 

 

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Un pueblo que despierta


 
 
 
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