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11 de septiembre de 1973

El siolencio se impuso a punta de metralletas. Foto: fundacionsalvadorallende.cl.

 

11 de septiembre de 2013 | ESPECIAL - CHILE |

La mañana muda del 11 de septiembre

Por: Víctor Aquiles Jiménez H

¡40 años ya, cómo pasa el tiempo en la vida real, sin embargo, en la memoria quedan "fotos fijas", escenas en movimiento fragmentadas como en una gran pantalla de cine en 3D (tercera dimensión)! Así me sucede a mí, algunas escenas las veo en blanco y negro y otras a todo color, pero es curioso, mudas, y busco la explicación de por qué mudas, es decir una película muda hecha de retazos de recuerdos sin editar, porque aparecen solas, con grandes planos generales, plano primerísimos de rostros, panorámicas en barrido de un lugar a otro e imágenes perdidas que no encajan en ninguna "toma" ni "plano" de la memoria. Me impresiona saber que las imágenes del 11 de septiembre que yo tengo en mi memoria y que con frecuencia aparecen son nítidas y a colores, en cambio las en blanco y negro tienen un leve sonido en la que solo aparece la voz del presidente Allende, y entiendo de inmediato que son las imágenes de cientos de videos que he visto después lejos de Chile en pantallas de televisión.

Mis propias imágenes son a colores pero mudas y pienso ¿por qué mudas? Porque esa mañana las únicas voces guturales y prepotentes que se escuchaban en el aire eran las de las radios que toda la gente tenía puesta a todo volumen con los bandos militares y las marchas y las canciones de los Huasos Quincheros, nada más se escuchaba, ni siquiera ladridos de perros, graznidos de gaviotas, nada, la gente pasaba cabizbaja, algunas miraban asombradas por las ventanas, sin hablar, como en una película muda del neorrealismo italiano a color. Pasaban ensimismados conocidos vecinos en manga corta, con el rostro descompuesto por el miedo y asombro, mas, no decían nada, elevaban sus hombros como única señal de vida. Donde miraba veía aparecer volutas de humo negro elevándose al cielo azul de septiembre, porque esa mañana estaba esplendorosa de sol, aún así no se veían pájaros en el cielo. Veía pasar gente mayor llorando, y sus sollozos no se escuchaban, otros de una esquina a otra decían palabras que imagino ahora su sentido porque sabía que eran allendista o "upelientos" como les llamaban la derecha, los simpatizantes de derecha y los equivocados atorrantes de las poblaciones que se creían de derecha y que reían dichosos por el fin de los días y gobierno de Allende, reían a carcajadas con una bandera chilena, y sus voces tampoco se oían. Toda mi memoria de esos días, mis recuerdos están grabados en mi mente sin sonido y trato de buscar en lo más recóndito de mi cabeza la razón de ese silencio y la hallé de inmediato fue, porque ese día negro para nosotros, la mayoría de los chilenos, se decretó el silencio, el largo silencio que soportamos casi por dos décadas, siendo la primera década la peor.

Ya instalado Pinochet, con todo el control en sus manos el país enmudeció, o una parte, porque desde entonces las radios tocaban música folclórica tradicional y de artistas que volcaron al régimen y era lo que se escuchaba en todas las radios, desapareció el rock nacional y el rock norteamericano clásico, y los inocentes Beatles también dejaron de oírse como antes, por lo tanto se escuchaban canciones de grupos de huasos patrones, programas faranduleros, cómicos y nada más, estoy recordando los primeros días y años, y todo lo demás era silencio.

Volvamos a la mañana muda del 11 de septiembre de 1973, el discurso de Allende lo escuché en el barrio porque toda la gente tenía las radios en las ventanas o el patio puestas a todo volumen, algunas radios eran a pilas, que la gente con cara desencajaba pasaba con ellas pegadas a los oídos, como que no se convencían de las desgraciadas e increíbles noticias y los amenazadores bandos que no presagiaban nada bueno. Recuerdo como llegué a dar un salto esa mañana silenciosa cuando un sonido terrible despertó y alertó a todo el pueblo. En la bahía del puerto había un siniestro barco de guerra de la Armada que comenzó a descargar sus ametralladoras de grueso calibre al cielo advirtiéndonos con eso de su poderío y de la toma de poder que hacía. Ese terrible sonido de las ametralladoras que con su eco devolvieron las montañas de la región, es el único sonido que tengo y que suelo recordar en estas fechas.
De ahí en adelante, por años para mí fue todo puro silencio, y tuvimos que aprender a guardar silencio, a caminar por las calles como zombies, serios, formales, meditabundos, lejanos, indiferentes a todo, desconectado del bullicio de las calles, de la algarabía de las canchas deportivas que seguían ofreciendo partidos de barrios pero mudos, apenas el silbato del árbitro aficionado y los gritos de ¡gol! secos, sin euforia. La vida de súbito se volvió muda, los padres que llevaban a sus hijos a colegios religiosos, iban silenciosos, los alumnos de las escuelas públicas silenciosos también. No se escuchaban voces de una esquina a otra, ni el jolgorio de los jugadores de rayuela, apenas murmullos, cuando el tejo caía en la quemada.
Al pasear por la ciudad no se escuchaban voces, apenas ladridos de perros, ni siquiera las sábanas al viento en los patios de las casas populares sonaban con el viento, y las banderas chilenas en el mes de la patria tampoco flameaban, las pocas que había puestas colgaban de los balcones de los partidarios de Pinochet, eran los únicos que desplegaban grandes banderas y celebraban fiestas en los balcones que sí eran ruidosas, pero en los barrios populares, en las poblaciones todo era silencio, y los coros y guitarras evangélicos parecían más lejanos que nunca en sus esquinas predicando con sus lánguidos cánticos, y era posible ver que algún "ex upeliento" se había pasado a sus filas, La iglesia católica local llamada a misa todos los domingos y la asistencia era fluida, con gente ubicable del comercio, pequeños empresarios y familias por tradición católica y era ahí cuando los cantos se entonaban con más alegría, y al acabar la celebración salían silenciosos a la calle, no alegres sino como era ya la vida en el país, silenciosa, como si de pronto todos hubieran perdido la voz, ni siquiera los alcohólicos ni borrachos hacían escándalos, también habían enmudecido.

Todos aprendimos el lenguaje de la mímica, sin que nadie nos enseñara nada, camaradas, compañeros de partido de confianza, colegas, artistas, amigos, parientes, etc. de pronto se volvieron mudos, y, dependiendo de la importancia política o comprometida de cada cual se volvían desconocidos, de rostros erráticos, retraídos. Al pasar o toparse con un ex compañero de partido en la calle no había ni siquiera un hola, sólo una fugaz y dura mirada, ni un gesto en el rostro, y así, de pronto todo el mundo se volvió desconocido, mudo y amalditado, porque esa era la cara de cada cual al pasearse con la familia o al dar un paseo por las calles o algún lugar de esparcimiento. Nadie hablaba, se detenía u ofrecía su mano o un abrazo, porque eso podía ser peligroso, había que fingir ser desconocidos. Esto puede haberse practicado por unos cuatro años hasta que poco a poco se fueron relajando los músculos del rostro sin perder el miedo del todo. Había que organizarse de nuevo, hablar, juntarse, primero los líderes que se conocían entre sí. El método consistía en mirar directamente a los ojos, y esperar la reacción, si te devolvían la mirada fijándola a algún lugar específico, significada "juntémonos ahí", lo que podía ser por lo general una vitrina comercial, al hacerlo y sin saludarse, como desconocidos totales mirando los productos tras los cristales, entre dientes se decía: "podemos hablar en alguna parte, lo recomendable es en nuestras propias casas" esto dicho en un susurro muy bajo. Ese sistema duró mucho, nos especializamos en gesticular de manera imperceptible y trasmitirnos mensajes en murmullos. Nadie alzaba la voz, ni demostraban conocerse, el temor a llamar la atención de algún agente, sapo, soplón, en todas partes nos obligaba a ser prudentes como si fuéramos extranjero en nuestro propio país.

Poco a poco fuimos recuperando la voz, la voz solamente, pero seguimos utilizando mímica, expresión corporal y la capacidad del murmullo y la agudización del oído para captar los mensajes lanzados entre dientes de quienes ya estábamos creando el sistema para reconocernos sin dar señas, para entregar mensajes, tareas, puntos de encuentro, etc.

El peligro estaba en todas partes, soplones, agentes, adictos y simpatizantes al régimen militar estaban al acecho, vigilantes siniestros que sonreían burlones y provocadores, a veces te hacían de "escoltas" caminando detrás tuyo para ver si perdías el control, otras te seguían en auto, otras te tomaban fotografías desde el interior de un auto de la policía y había que guardar calma, mucha calma para buscar el camino de vuelta a tu casa o para ponerte a salvo. Todo esto en silencio, en mudo, en blanco y negro. Cuando se ponían detrás de tus pasos todo se volvía en cámara lenta y ponerte a salvo entre la multitud, en una tienda grande, en un bus, tomaba un tiempo que se hacía terrible.

Eso ha pasado ya, 40 años desde que la Moneda fue bombardeada y el presidente Allende perdiera la vida. Hoy recuperada la democracia las nuevas generaciones interesadas en conocer ese proceso comienzan a informarse, a leer y salen libros sobre los sucesos relacionado con el 11 de septiembre, para muchos es algo nuevo o muy viejo, añejo ya, otros viven recordando lo que no debió jamás ocurrir.

Hoy Chile está a todo color, dinámico, se escuchan las voces como si se le hubiera agregado sonido al país, y los jóvenes hacen oír sus voces, los trabajadores en sus sindicatos, los profesores, los gremios, pueden de una esquina a otra llamarse por sus nombres, pueden decir lo que quieran sin temor. Esto no quiere decir que no haya conflicto alguno, eso no ocurrirá nunca, pero sabes que tienes la voz y que la puedes usar, nunca más hablar en susurro, nunca más hablar entre dientes, nunca más callar.

 

 

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