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Marisol Hume. Montaje. Foto: L. Eriksson.
 

17 de diciembre de 2010 - CULTURA / LITERATURA

Transformación

Se la veía todos los días en la alborada meditando. Las piernas cruzadas con  los pies colocados sobre las ingles, en la clásica postura “del loto” que solemos ver en los libros de yoga.
Los brazos en posición de rezo con la peculiar característica que en vez de tenerlos frente al pecho, los colocaba  atrás de la espalda entremedio de los omóplatos. Otras veces permanecía elevándolos al cielo haciendo gestos con las manos, como si estableciese una conexión con el universo.
Todos los camisones blancos la observaban con profunda  veneración.  Para ellos, era un espíritu, un ángel que había aparecido en sus rutinarias vidas.
Un día Morelia se salió del habitual camino que automáticamente recorría  de la casa a la oficina, y  se encontró sorpresivamente  sentada en el suelo, en un lugar que no conocía.
teratura

Por: Marisol Hume Eriksson (*)

No recuerda nada, no sabe como sucedió.  Sólo que estaba allí, en el medio de una imponente vibración que la remeció erizándole la piel devolviéndola bruscamente a la realidad.
Ni siquiera puede imaginar qué impulso la llevó a trasgredir el curso mecánico de sus habituales pasos de siempre.
Los acontecimientos que se sucedieron a continuación, fueron impredecibles. Sólo podemos adelantar que rompieron el patrón de conducta que había llevado hasta ahora esta mujer; una alta ejecutiva abogado de una prestigiosa empresa.

Comenzó a levantarse de madrugada a la impensada hora de las cuatro y treinta. Empujada por una fuerza extraordinaria –desconocida hasta ahora para ella- saltaba de la cama como impulsada por un  resorte, encendía velas e  inciensos en toda la casa y comenzaba  su práctica.

Al cabo de tres meses había logrado resultados prodigiosos, ejecutaba posturas dificilísimas que jamás en su vida imaginó -ni siquiera en sueños- que su cuerpo pudiese realizar.
Cada vez que avanzaba, un deseo irrefrenable de cantar le surgía a oleadas en la garganta. Entonces cantaba a todo pulmón con una voz irreconocible; parecía que voces de otros mundos utilizaban su laringe, como si su aparato fonético sirviese de médium a los espíritus.

Tumbada en el suelo después de realizar los ejercicios y haber cantado en lenguas extrañas, a veces, levitaba.
En  papeles cuidadosamente preparados en  la noche anterior, dibujaba símbolos y escribía poemas. Tiempo después estos escritos fueron encontrados y analizados concluyendo -para sorpresa de todos- que el idioma en que estaban escrito era sánscrito antiguo.

Cinco “Om” colocaban fin a la sesión. La vibración de coloratura mágica y registro excepcional, abarcaba los tonos  más graves a lo más agudos. La primera que vez sucedió, se quebraron los cristales de los ventanales de la habitación,  y el espejo del tocador  se hizo trisas.

Debido a esto empezó a abrir las ventanas para que no opusiesen resistencia y a deshacerse de los espejos de la casa por precaución.
El sonido retumbaba traspasando  las paredes, y se propagaba como aliento producido por miles de gargantas. Extraños presagios se pregonaban a lo largo de toda la cuadra, de la calle “La Rábida”.  

Terminada la sesión, se duchaba rápido, desayunaba  y se iba a trabajar como de costumbre, a la hora de las seis y cuarto. Vestida con un impecable traje de dos piezas, blusa de seda blanca, tacones altos y bolso de piel combinando, conducía su auto deportivo último modelo.

No mucho tiempo transcurrió  en este caos secreto, hasta que finalmente no resistió más. Entregó una carta de renuncia al gerente general de la empresa, abandonando así  las huellas de sus pasos de siempre.

La transformación era  cada vez más evidente. En sus omóplatos se producían imperceptibles cambios que iban alterando la morfología de su espalda. Hasta que un día efectivamente sus escápulas empezaron a sobresalir y a pronunciarse más de lo normal.

Muchos pensaban que era producto de la delgadez, ya que la pérdida de peso era evidente.
La preocupación de sus familiares más cercanos -producto de la presión de los vecinos- se dejo sentir de inmediato. Le aconsejaron consultar toda clase de médicos y hacerse los exámenes pertinentes, para obtener un buen diagnóstico.

La impaciencia crecía por averiguar qué era, lo que a Morelia le sucedía.
Ella afirmaba que de nada había que preocuparse, que era un proceso de crecimiento interno absolutamente beneficioso para su ser. Con respecto a las ligeras protuberancias en la espalda, explicaba que era un excelente signo, una buena señal de salud y que no había por qué preocuparse.

Morelia les preguntaba cuál era el motivo de tanta extrañeza. Si acaso era tan difícil comprender que simplemente decidió cambiar de vida,  ya que su soltería -entre sus tantas ventajas- le otorgaba la libertad de no  tener que hacer concesiones, ni pedirle permiso a nadie.

A las inesperadas e inoportunas visitas que empezó a recibir de sus vecinos y conocidos, Morelia respondía sonrientemente que estaba aprendiendo a volar, que poco a poco reconstruía el tejido conjuntivo de su alma, que le ayudaría a restaurar sus antiguas alas. Puesto que los omóplatos eran rudimentos de alas truncadas, y que existía la posibilidad sólo en algunos humanos -si se empeñaban lo suficiente- de recuperar las alas perdidas y volver a volar,  como cuando éramos ángeles o aves del paraíso, asegurada con total convicción.

Relataba cómo a través  de mucho trabajo y de fuerza de voluntad, adquiría el poder de desafiar  a la fuerza de gravedad, y que  en algunas ocasiones lo  había logrado con éxito, llegando a levitar. Por lo tanto se preparaba para un cambio radical.
Asombrados los vecinos no sabían qué pensar. No les cabía en la cabeza que una mujer con esa inteligencia, ese cuerpo, y que lo tenía todo, de pronto empezara a desvariar, tornándose medio jorobada porque quería volar.

Unos a otros se miraban sin saber qué hacer, preguntándose  qué clase de transformación sufría esta mujer.
Los días se precipitaban y las noches no pasaban desapercibidas. En la cuadra  de la calle de Morelia ya casi nadie dormía.

Ante la  emergencia, se convocó a una junta de vecinos para  tomar cartas en el asunto, ya que los familiares no habían logrado controlar la situación.
Una tarde hombres y mujeres reunidos se encontraron  abordando el tema de Morelia, que con sus canticos, vibraciones, destrucciones de cristales, y conductas poco habituales, distorsionaban la tranquilidad del barrio entero.

Trataban de explicarse el fenómeno de distintas maneras. Algunos comentaban que por mucho trabajar se estresó y se le quemó el cerebro. La mayoría de las mujeres concordaban que por mantener ese cuerpo hermoso, se había pasado del límite volviéndose  anoréxica, y eso le había afectado la cabeza; y  muchos coincidieron que  por culpa de quién sabe qué juntas, le lavaron el cerebro y se enfermó de la mente. Unánimemente a  coro concluyeron “que no había más remedio, que hacerlo”, y se dio por terminada la sesión.

El resultado no se dejó esperar. La primera vez que la  policía allanó su casa fue a las cinco de la mañana, por disturbios en el orden público: “extraños sonidos que denuncian  los vecinos,  dicen ser emitidos desde esta casa señorita, y además permanecen vibrando un tiempo inusual.

Es un mantra intentó explicar Morelia por todos los medios, sin resultado, la multa fue cuantiosa. No mucho tiempo después, los bomberos la visitaron, cuando una madrugada Morelia meditaba arriba de un añoso árbol en el patio de su casa, en un equilibrio que no dejó de sorprender a los que intentaban bajarla. Morelia se excusó diciendo que no sabía que era delito practicar el equilibrio. Obteniendo como única respuesta, una cesta metálica para que se metiera en ella.

Y  por último fue  la ambulancia, dos camilleros irrumpieron en su habitación, una fría mañana mientras practicaba.
Morelia sin inmutarse los miró, luego clavó sus negros ojos en  la camisa blanca de mangas largas, que uno de ellos portaba en el antebrazo.

La mujer explicó sonriente que no necesitaba nada de eso. Que una camisa de fuerza no tenía sentido cuando ella podía amarrarse a sí misma sin problemas. Acto seguido se sentó en posición de loto, pasando los brazos por detrás de su espalda agarró los dedos gordos  de sus pies y se amarró. Los hombres consternados no podían dar crédito a lo que sus ojos veían, se encogieron de hombros  y también del corazón. No obstante tenían una misión y la cumplieron.

La tomaron en vilo en la posición que  se encontraba y la subieron en la camilla.
La camisa cayó al suelo sin que los hombres se percataran, y allí quedo tirada, blanca, como único testimonio del episodio.

No hubo regreso a la casa de la Rábida. Una madrugada de arco iris, Morelia ante la mirada atónita de todos sus seguidores, se subió al techo del edificio y voló.
Sólo se vio una luz.


Mar 2009

(*) Marisol Hume Eriksson es artista plástica y profesora de yoga y de Biomovimiento.

Página Web: www.marisolhume.com

 

 
 
 
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