10 de diciembre de 2010 - COLUMNA
La balanza
Por Lilian Aliaga
Mientras limpio y ordeno el verdadero desastre que cada día deja Totoro, la chinchilla que nuestra hija le regaló a mi esposo, con la intención de sacarlo de la depresión en que estaba cayendo durante la convalecencia de un problema de salud, reflexiono acerca de la conveniencia de si conservarla, o no.
Es tal el trabajo que me significan sus correrías por la casa en los momentos que le damos; y nos damos, de esparcimiento, que supera con creces el desorden que hacían, de niños, nuestros dos hijos juntos.
En medio de estas divagaciones, me viene a la mente, el recuerdo de un consejo que una gran amiga me hiciera muchos años atrás, en momentos en que enfrentaba una grave crisis en mi matrimonio, algo tan simple y muchas veces olvidado: "colocar en la balanza".
En aquél entonces, el hacer un listado de virtudes y defectos, de situaciones favorables y desfavorables, me ayudó para tomar una decisión de la cual, treinta años más tarde, todavía me alegro. No ha sido un camino fácil, y muchas veces he debido volver a utilizar la balanza, como también lo he hecho para decidir en situaciones de las más diversas índoles, a lo largo de mi vida…
Y aquí estoy otra vez, colocando por un lado todas las preocupaciones y el trabajo que una mascota revoltosa, saltarina, curiosa y además roedora, puede ocasionar; y por el otro, los ataques de risa, el asombro y la ternura que un animalito tan salvaje y pequeño es capaz de inspirar al observarlo correr, trepar y saltar con una increíble destreza; dejarse acariciar y responder con evidentes muestras de afecto.
Definitivamente la Totoro-terapia, como la llama mi hermano y doctor, pesa demasiado, y la balanza nuevamente pone las cosas en su lugar: Totoro se queda!!!
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