Logotipo

Portada Suecia América Latina Mundo Multimedia
 
 

Foto: Presseurop

 

30 de julio de 2011 |COLUMNAS

Marcus Birro: Pienso que el asesino en masa merece morir

Fuente: Expressen, 27 de julio 2011. Traducción: Magazín Latino

Cuando estoy acostado cerca de Milo, tan cerca que puedo respirar su aliento, y paso la mano por su querida cabecita, me vienen las lágrimas después de todo lo que ha sucedido en Noruega.

Querido hijo. Querido niño. ¿Cómo lograré protegerte contra todo el mal de este mundo?
La respuesta está en estas lágrimas.
Amor, Milo, por toda una eternidad.
¿Pero hay lugar donde el amor no llega?

Como creyente estoy consternado y sorprendido de la falta de voluntad de poner lo sucedido en una mayor perspectiva religiosa. ¿Si el asesino masen masa hubiese sido del Medio Oriente y musulmán fundamentalista, no habrían transcurrido muchos minutos antes de que ese padrón estuviera elaborado por todas partes. Pero ahora su contexto es una especia de distorsionado romance de caballería con matices religiosos. Entonces, es descartado como un loco redimido, un lobo solitario con su propia y terrible lógica.

En parte hizo esto en nombre de Dios. No nos podemos escapar de esto.

Tenemos que escupir la arena sangrienta que este asesino sádico nos pateó en nuestras bocas.

La metódica y estudiada crueldad del asesino en masa se remonta al mismo corazón negro de los que le precedieron, en nombre de otro Dios. El odio se recoge de la misma tierra de sombras.

Él es una copia idéntica de los que se dice odiar. Así trabaja el Diablo. No le importa ni un ápice las opiniones ni la política. No le importa si es derecha o izquierda. Solo le importan los cuerpos ejecutados al borde del agua. Le importan las lanchas policiales con falla en el motor.

Ofrece una isla abandonada y más de quinientos jóvenes inocentes. Hay que tener fantasía para entender con qué celo y pervertido gusto trabaja el Diablo.

Seres humanos que estaban en el punto de partida para la vida. Seres humanos con sueños y esperanzas de un mejor mundo, ¡Niños! ¡Dios mío, eran niños!
¿Hacia qué lado estaba mirando Dios?

Mi propio Dios se tapa la cara, cuando dejo que el corazón se desahogue, cuando deseo que ese hombre, en su maldita polera Lacoste, en realidad haya agotado su derecho a vivir.

Yo quiero verlo morir. Durante unos segundos, el fin de semana pasado, conseguí identificarme con el pánico de los familiares. Logro intuir que horror un centenar de familiares deben haber sentido, cuando comenzaron a comprender la magnitud de lo inaudito. Cuando rasgaban con sus uñas contra un muro de pena que ya ahora nunca caerá. Un muro de pena que ahora es parte de sus vidas.

Ataúdes, flores, tumbas, año que se extienden en sólo catorce, quince o veinte años en esas piedras. Actos de conmemoración lluviosos. El silencio de Dios como un insulto. Justicia como un órgano demasiado manso e inútil en un mundo al cual ya no se tiene acceso.

No nombro al asesino por su nombre. No le hago ese favor. La pregunta es qué respuesta me dará mi Dios cuando yo le presente este miserable odio, en mis plegarias.

El Príncipe Heredero de Noruega será quien represente el orgullo y la dignidad de un pueblo y un país fantástico, cuando dice de Noruega:
- Hemos escogido enfrentar la crueldad con proximidad.

Voy a ser honesto. Creo que el asesino de masas merece morir. Existen circunstancias cuando una persona, tanto antes como después de su mala acción, pierde su derecho a vivir. Esta es una de esas circunstancias.

Pero ¿cómo se lo explico a Milo cuando mi mano acaricia su cabello, por las noches?

 

 
 
 
Copyright 2010 © Magazín Latino

All rights reserved.