08 de junio de 2011 |COLUMNA
Claudio Bravo: la opulencia y la sencillez
Por: Lilian Aliaga
La caída en picada de la aprobación ciudadana al gobierno encabezado por el presidente Sebastián Piñera. Las múltiples manifestaciones ecologistas. Las protestas estudiantiles que reclaman por un sistema educacional de mejor calidad y mayor equidad. Las protestas de los agricultores que congregados por miles en plena ruta cinco, en el centro del país, demandaron al gobierno el cumplimiento de las promesas de campaña. Todo ello ha acaparado la conversación, la especulación y el debate, en Chile, la última semana.
En medio de este escenario me llega a través de un breve texto radial una noticia que me conmueve más que todas las anteriores, que ya se han transformado en el pan de cada día: La muerte del pintor chileno Claudio Bravo, ocurrida en Marruecos, el sábado 3 de junio.
Desconocido por muchos, en nuestro país, la grandeza de su obra, como a todos los grandes maestros del arte, lo hizo pasar a formar parte de la élite de CIUDADANOS DE MUNDO; aun cuando mantuvo vínculos afectivos y hasta el año 2002 poseía una finca en el extremo sur de Chile, hasta donde llegaba un par de meses al año para rodearse de nuestra naturaleza.
Afortunadamente en el año 1994, el Museo de Bellas Artes de nuestra capital, realizó una retrospectiva de su obra rindiéndole el tributo que merecía y otorgándonos a miles de chilenos, la posibilidad de acercarnos y encantarnos con su trabajo, en una de las exposiciones más exitosas que se recuerden, con una cifra récord de más de 180.000 visitantes.
Sus obras alcanzaron valores extraordinarios para un artista latino EN VIDA, superando algunas el millón de dólares en subasta. Tal vez el conocer de cerca el éxito y la riqueza material, condicionó su capacidad de extraer la belleza de lo simple y de lo mísero.
Su muerte aconteció a la edad de 74 años en Marruecos, lugar de residencia desde el año 1972 y que al parecer conquistó su corazón de artista, al decir de sus pocos cercanos -por la luz dorada del mediterráneo-. Los últimos años vivió en una ciudad marroquí sureña llamada Taroudat, en donde a pesar su carácter introspectivo se vinculó fuertemente con la población del lugar, a quienes donó un hospital y una escuela con tecnología de última generación.
Su obra perteneciente al género del HIPERREALISMO, impresiona justamente por eso, por la fidelidad y la pureza con que plasmó en ella, objetos, personas y actividades absolutamente cotidianas. Las frutas y hortalizas parecen estar al alcance de la mano; las cajas, los paquetes y las telas muestran las arrugas y los pliegues del papel, el entramado de las fibras, tal como la haría una cámara fotográfica de la más alta resolución. No soy entendida en arte , ni mucho menos; en mis comentarios me guía solo mi gusto personal; pero desde aquí les hago la invitación a que, si no lo han hecho aún, descubran la obra de este maravilloso pintor chileno, tal vez se encanten como yo; o quizás no les guste porque como alguien dijo "copia todo"..., pero sí les puedo asegurar que indiferentes no los va a dejar y en medio de tanta convulsión y tanta pequeñez, les hará sentir que la esencia divina está en el ser humano y se manifiesta muy claramente a través de los artistas y sus DONES; dones que afortunadamente, nos tocan a nosotros, los mortales.
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