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Anders Behring Breivik

El terrorista durante una comparecencia en la corte, haciendo un gesto de triunfo. Foto: deccanchronicle.com.

 

10 de abril de 2011 | COLUMNA |

La tragedia en Noruega

El 16 de abril comienza el juicio en contra del terrorista noruego Anders Behring Breivik, responsable de la muerte de 77 personas, en un doble atentado el 22 de julio de 2011.

Se calcula que el juicio durará aproximadamente 10 semanas, durante las cuales los numerosos testigos deberán revivir la pesadilla de aquel aciago día del verano pasado. La pregunta que todos se hacen es si Breivik será condenado a prisión o a tratamiento siquiátrico, pero en lo que están de acuerdo es que el asesino sea privado de su libertad durante el resto de sus días.

Aquí, una columna de Jorge Romero, periodista chileno afincado en Oslo.

Por: Jorge Romero (*). 23 de Julio 2011

La verdad es que me he pasado horas pensando en cómo titular esta columna. La terrible tragedia sucedió en Oslo, pero es indudable que le duele a todo el país. Aquí en la capital amaneció el cielo cubierto por nubes negras que parecían acompañar la dolorosa realidad que cambió bruscamente el rostro de la ciudad, eternamente tranquila, amable, invitadora para caminar por sus calles, por sus parques, con la seguridad de no correr los riesgos que normalmente afligen a las grandes urbes.

Oslo, sí, esta ciudad capital de no más de seiscientos mil habitantes, que hemos aprendido a querer, a respetar y a cuidar para que nuestros hijos y nietos vayan también por ella distendidos y sonrientes, ajenos al peligro que de pronto se ha presentado como una pesadilla y que trae con su incomprensible halo de muerte recuerdos de la guerra a los ancianos y que produce en quienes nunca vivieron antes una situación similar sensaciones de inseguridad y pavor, de irrealidad que de pronto se patentiza en tantas víctimas, la mayoría jóvenes de ambos sexos, idealistas y soñadores, que se habían reunido en la isla de Utøya para escuchar a sus líderes, para hablar y conocerse, para soñar juntos acerca de la mejor manera de contribuir a que la nación que aman sea más próspera aún, más democrática, más abierta, más humana.

Y de pronto, mientras los veinteañeros venidos desde todas las latitudes de Noruega están allí, con la dulzura, la belleza y la inocencia no exenta de compromiso social propias de su  edad, una terrible explosión rompe la monotonía de viernes a las 15,20 de una tarde de verano, algo lluviosa pero con un calorcito que invita a un refrigerio al aire libre y los ventanales de un edificio gubernamental estallan, se inicia un incendio en algunas dependencias y entonces comienza la verdadera pesadilla de asistir a los numerosos heridos, de recoger cadáveres, de organizar de alguna forma la tareas de rescate, de traslado a hospitales y en definitiva de darse cuenta cabal de la magnitud de la tragedia.

Oslo, nuestra pequeña y dulce ciudad se ha convertido de pronto en un infierno en un radio de cuatrocientos metros y después de esto ya no será por mucho tiempo la misma, ni ella ni sus habitantes.

Anoche, me fui a la cama a eso de las 3 y media de la madrugada con un nudo en la garganta. Siete muertos en Oslo y a lo menos diez en la isla de Utøya. Pesadillas recurrentes me asaltaron durante el par de horas que mal dormí, hasta que una  explosión me hizo saltar de la cama y encender el televisor con una angustia aterradora y presagios innombrables. El peso de la terrible realidad que estábamos viviendo no me permitió distinguir el trueno que había reventado en el cielo gris sobre mi techo del estallido de una nueva  bomba asesina.

No, era la naturaleza que descargaba sobre nosotros sus secretos como para despertarnos a las 6 de la mañana para recordarnos que teníamos algo urgente que hacer: contabilizar cadáveres y sin embargo seguir viviendo. Y es entonces cuando la pesadilla se hace presente de nuevo y crece a límites inconcebibles: más de 60 jóvenes fueron asesinados fríamente por un hombre vestido de policía, en sus tiendas  de campaña, mientras huían despavoridos en todas direcciones, hacia el bosque, hacia el mar, hacia la vida o hacia la muerte.

Los relatos de quienes lograron salvar la vida no me caben en el pecho y no puedo reprimir unas lágrimas furtivas. Cómo vieron caer a sus amigas o amigos del alma, cómo corrieron desesperados hacia el bosque  o hacia el mar, cómo fueron ultimados algunos en el agua mientras nadaban hacia cualquier parte buscando la salvación, en fin cómo muestran sus rostros la terrible fatalidad que de alguna forma habrán de superar en su nueva vida.

Son muchas, contradictorias y sufrientes las impresiones que quiero compartir con alguien. Tal vez yo mismo, que siento un dolor grande pero infinitamente menor que el que aflige a toda la familia noruega y especialmente a quienes han perdido a sus seres queridos, tenga necesariamente que recurrir a alguna ayuda profesional para otorgarle al corazón algún alivio.  Por ahora me reafirmo en la convicción que me acompaña desde siempre. La violencia entre personas individuales, entre grupos, entre organizaciones o países no conduce jamás a buenos fines. En definitiva, siempre perderán ambos contendores. La violencia, en cualquiera de sus formas, y con mucha más razón esta violencia irracional que nos aflige aquí y ahora no es otra cosa que la negación del ser humano.


Jorge Romero. 23 de Julio 2011.

(*) Jorge Romero es periodista, de origen chileno, y reside en la actualidad en la isla de Nesodden, en Oslo, Noruega.


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