11 de septiembre de 2011 |COLUMNA
Septiembre, otra vez
Por: Lilian Aliaga
Este domingo 11 se cumplen 38 años del golpe militar en Chile, imposible no detenerse a reflexionar ¡cuántos sentimientos afloran!¡ cuánta vida y cuánta muerte desde entonces! Dos nuevas generaciones hemos visto nacer los jóvenes de aquel entonces, y a muchos hemos visto partir también.
¡Cómo nos cambió la vida aquel 11 de septiembre, a una enorme cantidad de chilenos!... Perdimos la inocencia, conocimos el miedo y la inseguridad, descendimos a lo más profundo de la maldad, a lo más abyecto del ser humano. Cuando lo pienso, aún me asombro de la capacidad para seguir viviendo en medio de tanto dolor.
¿Cómo continuaron con sus vidas tantas madres y padres que sufrieron el horror de perder a sus hijos? Peor aún, conociendo la forma en que les fueron arrebatadas sus vidas.
¿Cómo salieron adelante tantas mujeres cuyos esposos fueron asesinados? ¿Y los hijos huérfanos como pudieron llegar a ser hombres y mujeres de bien?
Lamentablemente muchos quedaron sumidos en el dolor sin poder sobreponerse, enfermaron, "los mató la pena". Otros, aún arrastran secuelas físicas y síquicas.
Miles, desde entonces, enfrentan la vida en tierras lejanas. Tal vez podría decirse que fueron afortunados al conocer otras culturas, aprender otros idiomas, tener posibilidades de desarrollo cultural y económico que seguramente aquí nunca hubiesen tenido, pero... sufren la pena de un corazón dividido. No ser de aquí, ni ser de allá. Sentirse extranjero en el país que generosamente los acogió y también en el propio.
Durante muchos años desde entonces, junto con los helados vientos, que aquí además de caracterizar septiembre, anuncian la llegada de la primavera; como volando desde algún recóndito lugar del universo, llegaba a mi corazón, silenciosa y persistente una inmensa pena. Muchas veces sumida en el ajetreo cotidiano, ni siquiera me daba cuenta de dónde provenía, qué la causaba... hasta que el calendario me recordaba que - ¡había llegado septiembre! - otra vez...
No me di cuenta cuando dejó de atacarme la depresión septembrina; en algún momento también el odio me abandonó, bueno, no sé si era odio, sí se, que era un sentimiento feo, me hacía daño. Ahora me da risa recordar cuando en una ocasión en que tomaba un curso de desarrollo personal, durante un ejercicio de "control mental", el terapeuta nos hizo colocar en nuestra pantalla mental a alguna persona que nos provocase sentimientos de odio; antes que terminase de decirlo, yo ya tenía en la mía a... ¡Pinochet!
Hoy, como cada año en esta fecha, vuelvo a abrir ese compartimento de mi corazón en el cual aún vive aquel amor de los veinte años, intenso, audaz, poderoso. Tal vez sea su fuerza la que me ayudó a retomar el control de mi vida, a dejar atrás el sufrimiento y poder recordar con alegría y agradecimiento. Seguramente a todos quienes perdieron a sus seres queridos les ocurrió lo mismo. Ojalá así haya sido.
Cuando una nueva tragedia enluta a nuestro país, pienso en el misterio de la vida y de la muerte. Todos aquellos que murieron eran seres buenos, extraordinarios, idealistas en el mejor sentido de la palabra, lo mismo que aquellos que murieron hace más de 30 años. Cada uno de ellos amaba el trabajo que lo motivó para hacer el viaje sin retorno al archipiélago Juan Fernández, y deseaban intensamente cumplirlo.
¿Por qué ellos? es la pregunta que siempre en estos casos se hace.
¿Será porque ya cumplieron su misión aquí?, al menos yo lo creo así, tal vez a más de alguien le parezca absurdo creer que una madre que deja tres hijos haya cumplido su tarea en este mundo, aun así, creo que nada ocurre por azar y no me cabe duda que sus seres queridos tienen ya en alguna desconocida dimensión, a un ángel que les ayudará a seguir adelante; como yo tengo a Miguel, mí Ángel.
Por desgracia, hoy es el tiempo de sufrir el duelo en toda su intensidad, para quienes quedan acá; y mi sentimiento mayor es hacia ellos, de amor, comprensión y solidaridad. No me cabe duda que aunque hoy les parezca imposible, llegará el día en que, al igual que yo y tantos otros, puedan abrir aquel compartimento de sus corazones en donde alojarán por siempre sus amores y los podrán recordar con alegría, y podrán dar gracias por el tiempo que los tuvieron, y por lo mucho que les dejaron.
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