02 de abril de 2012 | COLUMNA |
Semana Santa o ¡cómo han cambiado los tiempos!
Por: Lilian Aliaga
Mientras escucho la conversación que sostienen dos personas, que al lado mío esperan su turno para atención cerca de los mesones de las carnes y los pescados, no puedo dejar de remontarme a otra época. La de mi niñez en Semana Santa.
Con mucha antelación se iba generando un ambiente especial, como que todo en la atmósfera se iba tornando en susurros. Los adultos iban y venían sigilosamente haciendo extraños preparativos; incluso el clima en aquella época,- cuando aún no se vislumbraba ni remotamente el calentamiento global-, contribuía a darle el escenario más adecuado a esos días de duelo. Casi siempre estaba obscuro, nuboso, o llovía torrencialmente.
Los niños paradójicamente, éramos por esos días, los más damnificados. Las restricciones que se nos imponían eran prácticamente imposibles de cumplir:
No se debía jugar, ni correr, ¡ni hablar en voz alta...! todo ello era motivo de pecado, de falta de respeto grave, al duelo de la humanidad entera.
¡Y qué decir de faltas aún más graves! Los hombrecitos se llevaban la peor parte, pues lanzar un escupitajo, aun cuando fuese apenas con la fuerza para ensuciarse sus propios zapatos; era motivo de sufrir las penas del infierno, en esta vida y en la otra. Cualquier adulto que presenciase algo así, se arrogaba el derecho de castigar, cuando menos con un tirón de orejas, o un fuerte "coscorrón" en plena cabeza, al irreverente que había cometido tal sacrilegio, conozco a más de uno que todavía siente la dureza de los nudillos en la suya.
Siendo mis padres de religiones diferentes, se mezclan en mis recuerdos escenas de orígenes distintos: la rigurosidad del luto de las iglesias católicas, con sus imágenes santas tapadas con telas negras y las mujeres de rigurosas mantillas de igual color, todo, inmerso en un silencio sepulcral que provocaba un temor que casi rayaba en el terror. Y el dolor de los plañideros cánticos y lánguidas oraciones, que parecían provenir de lo más hondo de las almas en la iglesia evangélica. Todo ello nos conmovía profundamente, aunque más de un niño nunca entendió porqué Jesús moría todos los años.
La comida por esos días, al igual que hoy, era todo un tema, aunque con una gran diferencia. Eran días de mucha frugalidad, en muchos casos de ayuno, que comenzaba con el tiempo de Cuaresma. Durante todo ese período no se comía carne y la alimentación era lo más ligera posible, fundamentalmente en base a legumbres.
El día de Viernes Santo, toda actividad doméstica se paralizaba completamente, muchos adultos ayunaban; y a los niños se nos daba comida preparada el día antes. Eran días en verdad, de privación y sacrificio para la mayoría y hasta de hambre para los más golosos.
Impacientes y temerosos esperábamos el día glorioso: el Domingo de Resurrección, cuando sin entender como ¡Jesús resucitaba!.. y todo, al finalizar los servicios religiosos, volvía con gran algarabía a la normalidad; otra vez podíamos jugar, correr a nuestras anchas.... ¡y comer dulces! y hasta éramos nuevamente regaloneados por los adultos con muestras de cariño y ricas comidas. En aquella época eso sí, al menos en nuestro país, los conejos no dejaban huevos de ningún tipo.
Vuelvo a la realidad cuando el dependiente me pregunta qué deseo y los amigos aún siguen conversando: llevan muchos mariscos porque el Viernes Santo, toda la familia que llega de diferentes lugares, se reúne en torno a un gran "patache" de productos del mar; mucha carne, porque el Domingo de Resurrección, se despiden con un gran asado. ¡Ah! y no olvidarse de los chocolates y "huevitos de pascua"; porque si no los niños....
Aunque no soy de las que viven añorando tiempos pasados, no puedo dejar de pensar ¡cómo han cambiado los tiempos ! Y hago mi modesto pedido recordando las sabias palabras de mi madre que si todos pusiésemos en práctica, el mundo sería, sin duda, un lugar mejor:
- Aunque no compartamos las mismas creencias, debemos hacer un esfuerzo en señal de respeto, a las de los demás - y por ello... hasta ahora en mi casa se come legumbres o verduras en Viernes Santo.
Bendiciones, y mucha armonía para todos en este fin de Semana Santa.
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