05 de julio de 2012 | COLUMNA |
Desde mi ventana
Por: Lilian Aliaga
Algunas de mis amistades en Chile me piden les cuente "todo" respecto a la vida diaria aquí en Suecia. Lo cotidiano en un lugar del mundo puede muchas veces resultar extraño e interesante en otro, especialmente si la distancia que los separa es considerable.
Cada amanecer, o mejor dicho cada despertar, pues desde que estoy en Suecia amanecer y despertar no es lo mismo, en Chile, uno sigue el ritmo del día y de la noche, al menos yo, me acuesto al anochecer o poco tiempo después y me levanto luego del amanecer, como casi todos. Parece algo tan común y lógico, pero no en este país, donde en verano obscurece casi a la medianoche y aclara unas dos o tres horas después. Acostarse y levantarse con luz del día en verano y hacer lo mismo - pero en total obscuridad casi permanente en invierno - es algo a lo que los habitantes de este singular país resulta lo más normal del mundo, y que a los visitantes ocasionales nos complica la vida, al principio.
Como les decía, cada despertar me asomo a la ventana del cuarto piso, del edificio de cinco pisos donde estoy viviendo y miro hacia la calle, expectante de las novedades que me depara el nuevo día. El telón de fondo: sobrios edificios de no más de seis pisos que se insertan en total armonía con la naturaleza, a pesar de estar frente a una céntrica calle del municipio de Solna (vecino a Estocolmo). El verde predomina en el paisaje: pinos, abedules, tilos, arces y otras variedades de árboles menos conocidos por mí, con sus distintas tonalidades aportan color y profundidad a esta verdadera pintura impresionista que tengo ante mis ojos. El cielo se presenta en ocasiones gris y azul radiante en otras, pero siempre con cúmulos de nubes que rompen su monotonía, y que no termina jamás de maravillarme. Tal vez la ausencia de cordillera hace que el cielo cumpla un rol más protagónico al ocupar una mayor parte del paisaje, aunque no puedo decir que no extrañe sus albas cumbres.
Algunos días es el trabajo de los jardineros lo que llama mi atención, cortando bajo la torrencial lluvia con sus orilladoras de césped los pastos altos, o reponiendo las flores de los parterres. Aquí, un aguacero no es motivo para "capear" el trabajo.
Las numerosas personas que pasean a toda hora sus perros también son parte del paisaje cotidiano, me extraña si, no escuchar jamás ladridos, ¿es que son mudos estos canes ? ¿o sus vidas son tan armoniosas que no necesitan siquiera hacer el mínimo esfuerzo de ladrar? Aun cuando se les ve en grupos a cargo de personas que seguramente son sus cuidadoras, prácticamente no se les oye gruñir ni ladrar.
En Suecia, nuestro tan recurrente y peyorativo dicho "vida de perros" queda completamente fuera de lugar, puesto que estos verdaderamente amigos del hombre, hasta viajan en los buses o en el metro ("tunnelbana", aquí ) tan cómodamente como sus dueños que los llevan, claro está, atados a sus correspondientes traílla.
Desde mi punto de observación veo como los recolectores de basura echan a los camiones toda clase de cosas que ya las quisiéramos en mi campo, donde todo sirve y a cualquier desecho le encontramos utilidad.
Los ancianos desplazándose cómodamente apoyados en sus carros (en Chile llamamos burritos a unos parecidos, pero nunca tan cómodos), llevando sus compras en un compartimento que tienen en la parte superior, es algo muy propio también del paisaje urbano. La población parece llegar a avanzada edad en muy buena forma, a la vez que hay toda una infraestructura de apoyo, para hacerles la vida más confortable.
No puedo dejar de pensar, cuando los observo bajo la lluvia, tan frecuente en este lugar, que en Chile a algún compatriota ya se le hubiese ocurrido agregarle al carrito aunque fuese un par de fierros para sostener un paraguas, ¡cómo falta el ingenio de chileno! También los vendedores de estos que allá aparecen de la nada, en cuanto caen unas pocas gotas, porque si hay algo que aquí sorprende cada día…¡es el clima!
En todo el mundo el clima está cambiando, es más que sabido, pero la rapidez y el número de cambios que ocurren durante el mismo día aquí en Suecia es asombroso. Parece imposible planificar cualquier actividad al aire libre, es así como se arruinan días de picnic, almuerzos en el jardín y hasta fiestas de bodas. Afortunadamente este año el "Midsommar" resultó bendecido, al menos en Estocolmo, con un día que le hizo honor a la tradicional fiesta de bienvenida al verano.
Ahora entiendo la verdadera adoración que los escandinavos sienten por el sol.
Desde mi ventana soy testigo del infatigable esfuerzo que muchas personas hacen cada día por seguir desde sus balcones las apariciones del tan caprichoso y esquivo astro rey que aquí si hace honor a esa denominación, bendiciéndolos con el tan ansiado calor de sus rayos, literalmente, sólo cuando se le da la "real gana"…
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