22 de abril de 2014 | COLUMNA |
La magia de la realidad
Por: Lilian Aliaga
El verano recién pasado comencé a escribir sobre un libro que estaba releyendo por esos días, pero como muchas veces ocurre, múltiples quehaceres me absorbieron y lo dejé olvidado en un rincón de mis documentos. Por estos días, en que América Latina y el mundo entero lamentan la partida de uno de sus más relevantes escritores, abro mi carpeta y prefiero continuar desde donde lo dejé, como si mágicamente, haciendo honor a mi fuente de inspiración, el tiempo no hubiese transcurrido, no hubiese llegado ya el frío, ni hubiese fallecido recién una querida amiga…
No teniendo por estos días ningún libro nuevo a mi alcance, hurgo en mi modesta biblioteca y elijo volver a leer Cien Años de Soledad, del escritor colombiano, Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.
Han pasado tantos años desde que lo leí por primera vez que ya estaba un tanto olvidaba de esta fascinante novela. Día tras día por más de una semana espero con ansias el término de la jornada tras el intenso trabajo veraniego, con nietos rondando por la casa, largos y obligados paseos, juegos de cuanta cosa se les puede ocurrir, especialmente a la más pequeña, y cuando ya el cansancio trae el sosiego del reposo nocturno, me sumerjo en el mundo de magia, violencia, soledad y erotismo al cual magistralmente nos introduce la prolífica imaginación de García Márquez.
Recuerdo que de joven me costó mucho esfuerzo leer esta novela, no lograba concentrarme y desentrañar la numerosa maraña de personajes que a lo largo de un tiempo que parece no transcurrir y que vuelve una y otra vez, van sucediéndose. Tampoco lograba "enganchar" con la narración de episodios inverosímiles, mágicos, fundidos con la realidad. El llamado realismo mágico, finalmente… no me convencía.
Cuarenta años más tarde me asombra justamente que me haya ocurrido aquello, no logro entender como no caí rendida ante el preciocismo de la narración y el fascinante mundo que se despliega ante mis ojos. Me parece que conozco Macondo desde siempre, que puedo percibir el polvo de sus calles, sus olores, sus habitantes y sus fantasmas...
Me maravillo ante la capacidad del autor de sintetizar en páginas la historia de la humanidad toda. El esfuerzo, la generosidad, la perseverancia, la nobleza, la curiosidad, la sabiduría y todos los sentimientos más nobles, contrastados con lo más abyecto que puede albergar el alma humana y predominando por sobre esto, el más agobiante de ellos el de la soledad, la soledad del alma.
Por estos días, en que he experimentado sentimientos encontrados a raíz de la muerte de una gran amiga, me ha parecido vivir alguna de las páginas de Cien Años de Soledad. Los polvorientos caminos del rincón rural en que vivimos, de nuestro Macondo, han sido mudos testigos de escenas propias de ese libro:
La “montaña” de flores cubriendo el féretro que contiene los restos mortales de Gladys, ofrenda de un pueblo entero y una numerosa familia que la llora, al interior de la capilla dos ruiseñores revoloteando juguetones e incansables sobre las cabezas de los presentes en el servicio religioso, ante el asombro del sacerdote que lo oficia, el sol asomando entre un manto de niebla que crea una atmósfera irreal en medio de la cual una enorme y blanca garza surca el cielo acompañando el cortejo fúnebre. Como broche de oro, el largo camino que debe recorrer el cortejo, bajando desde las montañas hacia la ciudad donde serán depositados los restos es cubierto por una incontenible lluvia dorada de hojas que los generosos y otoñales álamos que lo bordean, deja caer a su paso emulando la lluvia de pequeñas flores amarillas que caen del cielo a la muerte de José Arcadio Buendía.
Finalmente, en el Campo Santo cuando todo ha terminado y camino hacia la salida, escucho al pasar a su lado a una de las hijas de mi amiga, una bella y valerosa jovencita de apenas veinte años, contenida por familiar que poco puede hacer ante su inconmensurable dolor, expresar entre sollozos ¿ Y qué voy a hacer ahora sola? .
Verdaderamente me quiebro…la he sentido, como todos, muchas veces y me vuelve al sentimiento que magistralmente explora García Márquez: la soledad real, la soledad mágica, la soledad del alma.
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